sábado, febrero 02, 2019

Amor, locura y muerte con Fito

Por Leila Guerriero
Entrevista
El Mercurio

"Sábado" estuvo con el gran músico argentino en su casa de Buenos Aires y en los ensayos antes de un concierto en Nueva York. Entre uno y otro lugar, habló de sus excesos, del día en que conoció a Charly García, del asesinato de su familia, de su carácter tirano y de cómo ha sobrevivido a los fracasos.



Ninguna de las cosas que suceden cuando una estrella de rock cruza una calle -ese chisporroteo que produce cada una de sus partículas singularísimas al entrar en contacto con el aire común, esa reverberación de las esquirlas de su fama- sucede cuando Fito Páez baja de un taxi a las cinco de la tarde del 12 de agosto de 2018 frente a la puerta de Museum, la discoteca del barrio de San Telmo, Buenos Aires, donde esa noche dará un concierto presentando su último disco, La ciudad liberada , y cruza. Llega a la hora exacta en que empezará la prueba de sonido, usando un pantalón gris de gimnasia, una campera negra y gafas de sol, aunque no hay sol y hace un frío violento. Camina con el mentón alzado, sacando pecho, como si el torso estuviera sostenido desde lo alto por un hilo invisible. El pelo corto, la barba más clara en el mentón, el rostro montado duramente sobre sus huesos, tiene el aspecto que cualquier persona podría tener un sábado en la tarde. No lleva el apresuramiento paranoico que sirve para evitar fans , ni la mirada fija en el frente como estrategia para evadir curiosos. Antes de abrazar a dos o tres personas de su equipo que están en la puerta -pegadas a sus teléfonos celulares, con el rostro que denota prisa y tensión que se utiliza a modo de uniforme de trabajo- se quita los anteojos. Después entra en Museum y no queda nada que indique que una de las mayores estrellas de rock de América Latina ha pasado por allí.

Dos días después del show en Museum, el 14 de agosto a las tres de la tarde, suena el timbre en un piso alto de un edificio de estilo francés ubicado en Retiro, frente a la plaza San Martín, una de las zonas más elegantes de Buenos Aires. Una voz dice:

-Ya pido que le abran.

Un portero de saco y corbata se acerca y abre. El ascensor antiguo sube rápidamente hasta el piso donde una mujer, en la puerta del departamento de Páez, espera.

-Pase, Fito ya viene -dice Mimí, que trabaja desde hace cinco años en la casa ocupándose de los dos hijos de Páez y haciendo toda clase de tareas.

El recibidor lleva una sala pequeña. En el centro hay una mesa oval y sillas Tulip blancas. Las paredes están cubiertas por bibliotecas donde los libros igualan en cantidad a las películas en VHS. Fito Páez llega de inmediato, usando un pantalón de gimnasia, un buzo amarillo.

-Estuve trabajando hasta recién en el guion de la película.

-¿Qué película?

-La próxima.

Siempre hay algo. Un disco, una película, un libro, un concierto a beneficio del colegio al que va uno de sus hijos: algo. El movimiento -que iba a ser perpetuo- comenzó en los 80 y trajo hasta hoy, además de tres libros y tres películas, veintitrés álbumes de estudio y cuatro en vivo, uno de ellos, con más de un millón de copias, el más vendido del rock argentino.

-Ahora esto parece Buckingham, pero cuando estoy trabajando es un basurero. Partituras, canciones, pianos, teclados.

Vive aquí con Eugenia Kolodziej, su pareja desde hace cuatro años y medio, y sus dos hijos, Martín, de 19, de su matrimonio con la actriz Cecilia Roth, y Margarita, de 14, de su relación con la actriz Romina Ricci.

-Yo no sé si me tengo tanto respeto. Pero sí le tengo mucho respeto a lo que hago. Supongo que soy un payaso. Pero cuando me siento delante de un grupo de músicos, cuidado con eso.

Esta podría ser la historia de un chico criado por su padre y sus abuelas, que se mudó a Buenos Aires donde a los 19 tocaba en la banda de un prócer del rock nacional, que se hizo solista, que tuvo éxito. Que el 28 de septiembre hará un concierto en el Carnegie Hall de Nueva York. Podría ser esa historia. Solo que hay que tener en cuenta toda esa muerte, toda esa sangre derramada.

El 13 de marzo de 1963, cuando nació en la ciudad de Rosario, Margarita Zulema Ávalos, su madre, tenía 33 años. Estaba casada con Rodolfo Páez, empleado municipal.

-Cuando nazco no le sacan bien la placenta. Eso es lo que le genera la mola. Una masa de células de la placenta que se convierten en tumor. Cuando determinan que era una mola ya era tarde.

Margarita Páez murió cuando su hijo tenía ocho meses, y su marido continuó viviendo en la casa donde ya vivían, en la calle Balcarce, junto a su propia madre -Delia Zulema, apodada Belia- y su tía Josefa.

-Posiblemente en esa muerte de mi madre haya habido una especie de espada de Damocles que dice: "Nunca te vas a olvidar de lo que es importante". Y lo importante es el amor y la ausencia de las personas amadas. Pero también te da la idea del sinsentido. Mis excesos también tienen que ver con ese llamado de mi madre. Pero para eso tengo un método. Fumo solo cuando bebo, y bebo una vez por semana, si no tengo ni ensayo ni show . Y como un cosaco. Desde las 7, 8 de la noche, hasta la mañana siguiente. Hay algo ahí, derivado de mi madre. En los excesos está la ida al ataúd, al llamado de ella. ¡Y de paso, aprovechás y tomás más de la cuenta!

En Rosario no había abundancia. Se comía carne barata, la ropa era de segunda marca, pero cada sábado acompañaba a su padre a comprar uno o dos discos y todas las semanas iban al cine. Hizo la primaria en un colegio público y la secundaria en uno privado que nunca terminó: todavía debe inglés y matemáticas. Mientras, tomaba clases de piano.

-El momento en que dije "es esto" tenía 13 años. Fue el 7 de agosto de 1976 en la fundación Astengo viendo La máquina de hacer pájaros, la banda de Charly García. Nunca había estado en un lugar donde hubiera gente con esa energía. En mi casa era todo "Padre nuestro que estás en los cielos", tomé la comunión, hice catequesis... Yo me quería escapar de ahí. Me aburría. Por suerte apareció Charly.

Ese día Charly García y su máquina de fabricar peligro transformaron al niño sin madre en un pequeño Jeckyll que había probado sangre y que ya no descansaría hasta hacerla su alimento principal. Lo que siguió fue fulminante: tuvo dos bandas en el colegio, tocó y compuso en la de un gran músico rosarino, Juan Carlos Baglietto, y decidió mudarse a Buenos Aires.

-Vivía en un departamento de La Boca. Comía caramelos y mate. Ese era el menú. Cero peso. Y un día me llama un productor y me dice "Charly García te quiere ver porque va a hacer una banda". Esa noche no dormí. Fui a la oficina al día siguiente. Y García estaba allí. Allí.

Hace pendular el brazo señalando un rincón, como si estuviera viendo la figura de ese héroe que había escrito la banda de sonido de su adolescencia.

-Nos llevó en taxi a su casa, a escuchar Clics modernos . Yo no lo podía creer. Después, en los ensayos, nadie me daba bolilla. Nadie me miró. Yo me sentía completamente humillado. Y a la vez atento. Tenía que estar ahí. La primera vez que se me acercó Charly fue el viernes de la primera semana. Yo estaba tocando con cuatro dedos, me levantó dos y me dijo: "Es así". Y eso fue todo.

Eran tiempo veloces: conoció a la cantante Fabiana Cantilo, se enamoró, estuvieron juntos años que no fueron serenos. En 1984 grabó su primer álbum solista, Del 63 , elegido el mejor del año por la revista Pelo ; y en 1985 el segundo -Giros -, con el gen indestructible de hits como "11 y 6" o "Yo vengo a ofrecer mi corazón". Lo presentó el 6 de diciembre en el Luna Park ante miles de personas. Estaba empezando a brillar y a punto de quedarse solo.

-El 6 de diciembre hice el Luna, y mi viejo murió el 23. Habrá dicho: "Bueno, está bien, si ya llenó el Luna Park". Y al año fue el asesinato.

-En poco tiempo te quedaste...

-En un año.

En noviembre de 1986 estaba en Río de Janeiro, tocando. El día 7 su abuela Delia, de 76 años, su tía Josefa, de 80, y la empleada doméstica Fermina Godoy, de 33 y embarazada de seis meses, aparecieron asesinadas en la casa de la calle Balcarce. Él dormía cuando el director artístico de la EMI le avisó por teléfono: "Lo que te voy a decir es una noticia muy difícil".

-En un momento fui a buscar a la hinchada de Rosario Central para que me ayudaran a encontrar al que las había matado. Yo estaba armado con una 22. Quería ir a buscarlo y vengarme. Pero muy pronto entendí que abrazarte a la idea del amor es infinitamente más poderosa.

El 25 de agosto de 1987 una serie de casualidades llevaron a la policía a dar con el asesino, Walter Giusti, que fue condenado a cadena perpetua y murió de HIV en 1998.

-A mí siempre me criticaron, me dijeron de todo. Pero cuando tenés la conciencia de la muerte, todo te da risa. Las horas que me paso escribiendo y con el piano borran el ruido de la muerte golpeando la mesa con el martillo. Que es todo el día.

Después de la muerte de su familia, Páez habitaba un universo zombie: se había separado de Fabiana Cantilo, vivía en un estudio de grabación. Un día miró el mapamundi, puso el dedo en cualquier parte y cayó sobre Tahití. Le dijo a su amigo Alejandro Avalis, su actual stage manager : "Vamos". Arrastró, hasta ese mar de cristal, el infierno que llevaba dentro y allí compuso el disco que crecía en él como una araña rabiosa: Ciudad de pobres corazones . El disco, cuyo corte decía "En esta puta ciudad / todo se incendia y se va / Matan a pobres corazones", desorientó a las discográficas y al público, habituado a la energía utópica que emanaban sus canciones. Las radios se negaban a pasarlo porque contenía la palabra "puta". En 1988 entregó su siguiente disco, Ey! , y en la EMI le dijeron: "No vemos ni un solo tema". Editaron a regañadientes esa placa y le anularon el contrato. De modo que su siguiente disco, Tercer mundo , lo grabó sin compañía. Pero la Warner se interesó: le pagaron un adelanto con el que le propuso a Avalis ir a Europa para editar el disco allá. Les fue mal, pésimo y peor. Estaban en España, sin dinero, cuando desde Buenos Aires les avisaron que el disco había vendido 30 mil discos en veinte días. Páez regresó y encontró la ciudad empapelada con su rostro, anunciando el concierto en un teatro, mientras él vivía en una casa derruida usando un cajón de manzanas como mesa de luz.

Entonces, magia: atravesó el Río de la Plata hacia Punta del Este en una marcha que empezó sin gloria y terminó triunfal.

Cecilia Roth, una actriz argentina que había pasado una década de exilio en España donde había trabajado con Almodóvar, había regresado a la Argentina y se había transformado en alguien con quien todos querían trabajar. Ese año estaba en Punta del Este. El 11 de febrero se hizo una fiesta de disfraces en la que coincidieron. Hablaron durante horas. Al día siguiente la llamó, le cantó por teléfono "Ansiedad de tenerte en mis brazos...", y la invitó al cine.

La historia de amor de Páez y Roth fue como el encuentro de capas tectónicas, y produjo un efecto similar. En 1992, un año después, Warner editaba un disco llamado El amor después del amor del que se hicieron treinta mil copias estimando que se venderían en dos meses. Se vendieron en tres días. Hoy, con más de un millón de copias, es el disco más vendido del rock nacional.

Es 21 de agosto , tres de la tarde, y al otro lado de las puertas del departamento se escucha el sonido de un piano. Mimí abre la puerta y Páez aparece con un movimiento elástico, como si se dispusiera a saltar.

-Estaba haciendo algunas escalas -dice, sentándose-. Margarita, hija, ¿qué hacés acá, no tendrías que estar en casa de tu madre?

Margarita, la hija de 14 años que tuvo con la actriz Romina Ricci, atraviesa la sala contigua con paso de duende, saludando desde lejos.

-A Martín lo adoptamos en el 99. Llegó sobre el final de la relación. Pero fueron unos años hermosos. Cecilia jugaba en las altas ligas. Yo estaba entrando. Hay un momento de todo ese delirio que te toma. No podés bajar a la puerta a comprar cigarrillos, tenés a las fans en la puerta de tu casa cantándote tus canciones. Y no sé si no empezás a creerte algo. Que es la parte más peligrosa.

La gira de El amor después del amor se cerró en el estadio de Vélez, donde entran 40 mil personas, el 24 y 25 de abril de 1993. Él agregó otra fecha y donó todo lo recaudado (se habla de un millón de dólares) a Unicef.

-Había hecho 200 conciertos en un año y medio, una cosa delirante. Le digo a la discográfica: "No puedo más, déjenme de hinchar las pelotas". Y la discográfica y Fernando Moya me dicen: "No, tenés que grabar otro disco por contrato". Me obligan. En pos del vil metal. Lo que considero un gesto de una violencia impresionante. Pero yo, totalmente vacío y con esa presión encima, descubro en mí una fuerza inhumana. Y en esa jaula de oro hago Circo Beat .

Circo Beat se lanzó en 1994 y vendió 250 mil copias. Para entonces tenía prestigio, popularidad, dinero. Y decidió dirigir películas. A fines de los 90 empezó a rodar Vidas privadas , un proyecto en el que invirtió buena parte de lo que había ganado (el resto lo invirtió en el estudio de grabación Circo Beat, que tuvo que vender en 2013), y que cuenta la historia de una mujer que es torturada durante la dictadura argentina, que da a luz en cautiverio a un hijo al que cree muerto, que se exilia y regresa a su país en democracia, cuando contrata a un taxi boy para que le lea relatos eróticos. El chico es hijo de desaparecidos, pero no lo sabe, y la historia termina en incesto.

-Para decirlo claramente, estaba filmando mi Edipo con mi madre muerta representada por quien era mi mujer, Cecilia. Se estrenó el film en San Sebastián y no pasó un año y ya estábamos separados. No podés filmar el Edipo con tu mamá muerta, con tu mujer haciendo de tu mamá. Saltó todo por los aires.

Cuando se estrenó en San Sebastián en 2001, el diario El País publicó una reseña: "Todas las expectativas naufragaron (...) por un guion torpe (...); un libreto que acumula situaciones de tensión insoportable cuya falta de gradación las va anulando sistemáticamente una tras otra".

-En un momento vivíamos en un departamento pegado a la vía -dice su amigo, el músico Fena della Magiora-. Abajo del sillón donde él dormía, guardaba veinte cajas de casetes con puchos de cigarrillos apagados. Era todo un kilombo.

-Ahora dicen que es muy ordenado.

-Lo ordenan. Tiene un ejército de secretarios y sirvientes. Tiene vida de súper estrella. Y se la merece. Es un clásico que se va a recordar por siglos. Pero como director de una banda es un tirano. Yo lo llamo Máximo Romano. Es un emperador. Trata a los músicos como el orto. Pero el noventa por cierto se lo banca. Porque la compensación es grande. Viajes, mucha guita, prestigio.

-La construcción de una obra requiere de elementos que muchas veces no están ligados al hedonismo sino a la disciplina -dice Páez en su casa-. Me dicen tirano y no sé si soy tan tirano. Prefiero que me teman, igual. Cuando todo el mundo dice "ya está", yo digo: "No, está muy lejos de lo que quiero". Pero está bien, no me molesta. No admiro a ninguna persona que no haya sido tildada de tirana. Vamos bajando que tengo que ir a grabar una canción con Fena.

Sale de la sala y reaparece en dos minutos con pantalones negros y un suéter de cuello alto. Toma una llave y se acerca a la puerta.

-¡Arreglen comida sanita para la noche!

Cierra la puerta y, mientras espera el ascensor, dice:

-Dios. Nunca pensé que iba a tener que decir una cosa así.

El miércoles 22 de agosto a las tres de la tarde está en su casa, en pijama a rayas blancas y azules. Mimí llega con un plato. En el centro hay algo redondo, rojo.

-¡No! No me hagas comer esto, Mimí.

-Piense en el traje que le va a quedar divino en el Carnegie.

Mimí desaparece, dejando sobre la mesa el plato, el círculo rojo, una ensalada, un vaso de agua.

-Me quieren bajar cuatro o cinco kilos para el Carnegie. Estoy muy panzón. Flaco con panza es lo peor. Si me da asco no lo como.

Si ya había sido un cinéfilo que sintió la pulsión de dirigir, devino un lector que sintió la pulsión de escribir y, en 2007, publicó la novela La puta diabla (Mansalva); en 2017 Diario de viaje (Planeta), y en 2018 Los días de Kirchner (Planeta).

-Quiero problemas nuevos. No hay nada que perder. En mi vida fueron dos picos. El amor después del amor y Circo beat . Después todo fue pelea. Hasta hoy. Este año hicimos 40 conciertos, en condiciones a veces no muy óptimas. Me encanta tener que llegar a fin de mes. Acá hemos pasado momentos, este año y el año pasado, de economía de guerra. Charla familiar, se come tal cosa, no hay taxis.

Después de Circo Beat , aunque los megaestadios y las megaventas no se repitieron, siguieron muchos discos ( Euforia , Enemigos íntimos , Abre , Rey sol , Naturaleza sangre , Rodolfo ) y entre 2007 y 2009 recibió tres Grammy consecutivos. En 2011, cuando Mauricio Macri ganó las elecciones para jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires con el 47 por ciento de los votos sobre el candidato kirchnerista, la fuerza política que gobernaba el país, Páez escribió un texto que fue publicado por Página/12 : "Da asco la mitad de Buenos Aires (...) Buenos Aires quiere un gobierno de derechas". La reacción fue inmediata: las redes sociales explotaron con comentarios como "artista en decadencia" y, desde ese momento, cada una de sus acciones fue inspeccionada con lente de aumento.

-Se armó un kilombo bárbaro. Pero ahí hay algo simpático. Todos estos años me paseé por la calle sintiendo la energía de la gente que pensaba: "Sos un falopero, sos una mierdita". Ahora, cuando me cruces por la calle, vas a saber lo que pienso de vos. Una sweet revenge , con hidalguía. Las cosas que me preocupan son otras. Mis hijos. Sé que no soy tan bueno como creo, ni tan malo. Al final, todo es para intentar llevar una vida más linda. Sin obviar, por supuesto, la maldad, el terror, todo lo que también convive en nuestra casa. Esto... -dice, abriendo los brazos- ...es el palacio del horror y también de la belleza.

Los ensayos para el concierto del Carnegie Hall se llevan a cabo durante cinco días en el estudio Santito. Páez llega siempre puntual, en torno a las cuatro. El primer día usa un pantalón de gimnasia, una camiseta y una campera azul de tela polar. Durante toda la semana llevará diversas versiones de lo mismo. Al llegar, se dirige directamente a la sala donde los músicos -Juan Absatz en los teclados; Juani Agüero en la guitarra; Diego Olivero en el bajo; Gastón Baremberg en la batería y la cantante Ana Álvarez de Toledo- ensayan desde temprano. Cada vez que entra, el aire parece contraerse, como si llegara rodeado por su leyenda (como si allí, mucho más que en cualquier otro sitio, fuera todas las portadas de sus discos y todos sus recitales multitudinarios), y no demora más de un minuto en empezar a tocar. En Nueva York tocarán con una orquesta de 21 músicos, y su insistencia en la regulación del volumen para que banda y orquesta se acoplen bien es una doma lenta y precisa. El segundo día, cuando han arrancado a tocar "Cadáver exquisito", Páez los detiene.

-A ver, Juani, tocalo solo.

Se queda de pie delante del guitarrista que intenta dos, tres veces sin lograrlo. Entonces levanta un brazo y señala la puerta.

-Andá a estudiar. Lo quiero en quince minutos.

Después de las dos primeras horas de ensayo, marca una pausa de quince minutos durante la cual repasa el guion de la película o habla por teléfono con alguno de sus hijos, mientras los músicos toman té en la recepción. Ninguno de ellos le dice Fito, sino Rodolfo.

-¿Rodolfo, puedo ir al baño? -pregunta un día el baterista.

-Andá- le dice Páez.

De regreso, antes de sentarse frente al instrumento, el baterista chequea su teléfono.

-Era para el baño, no para el teléfono.

El 28 de septiembre de 2018, Fito Páez se presentó en el Carnegie Hall de Nueva York. Llegó a la ciudad acompañado por sus hijos, Eugenia, y amigos a los que les pagó el viaje. Salió al escenario con un ambo color calipso de Paul Smith, botas anaranjadas, y dio un recital fulminante ante una sala repleta. Cuando terminó, fueron todos a un bar y, más tarde, regresaron al hotel para continuar celebrando, pero descubrieron que el room service no servía alcohol después de las dos de la mañana. Entonces él, junto a sus amigos, recorrió los cuartos en los que estaban hospedados recolectando ínfimas botellas de whisky y vodka de los frigobares para mezclarlas con gaseosa. Mientras tanto, en todas partes, la prensa decía que había dado un recital consagratorio.

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