José Vásquez
Espectáculos
El Mercurio
Raphael evade la rutina. El último lustro del cantante, quien en época de sencillos digitales mantiene una costumbre abrumadoramente religiosa de seguir lanzando álbumes físicos, se ha ido a los extremos. De discos facturados junto a autores españoles varias generaciones más jóvenes -"Infinitos bailes", que lo volvió a posicionar en el mercado alternativo- a este último experimento "RESinphónico", lanzado en noviembre de 2018, ha pasado apenas un poco más de dos años, aunque bien podrían representar dos carreras distintas.
Pero ahí está el ídolo español otra vez con la sonrisa eterna al centro del escenario y al frente de una orquesta con 70 intérpretes, para presentar su cancionero con una nueva vuelta de tuerca que descolocó al principio a su público más tradicional, aunque rápidamente lo terminó aplaudiendo.
El inicio no fue del todo feliz, la voz de Raphael se escuchaba ecualizada como al interior de una iglesia en "Promesas", la primera de la noche. Luego vino "Igual", "No vuelvas" y recién al momento de "Digan lo que digan" todo se calibró para escuchar a plenitud una voz, que pese a los 75 años maneja muy bien y se escucha completa como una sorprendente anomalía.
La mezcla de una orquesta sinfónica con arreglos electrónicos le dio una nueva vida a temas como "Mi gran noche", mezclando el siglo 20 con el siglo 21 y marcando un lenguaje nuevo, a cargo de un tipo inquieto que no tiene miedo a arriesgar y que de a poco fue soltando su teatral y característico histrionismo interpretativo para "La noche" o un "Estuve enamorado", con introducción tomada de Los Beatles y su "Day Tripper".
Raphael entrega un guiño local con "Gracias a la vida" y más tarde enciende a la Quinta Vergara con "Escándalo", para terminar dirigiendo la Orquesta Filarmónica de Chile con su eterna "Qué sabe nadie" y una "Yo soy aquél" que transformó a la Quinta Vergara en una discoteca para la tercera edad.
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