The Clinic
Una se veía a sí misma, parada a su lado y diciéndose, junto a la línea del metro: “Tírate, tírate”. Otra aún no puede llorar por los abusos que vivió, pero cualquier evento insignificante le provoca lágrimas desbordantes, imparables, que no sabe de dónde vienen. La tercera lo ve en pesadillas metido debajo de la cama y se sueña gritándole y golpeándolo: “¡Sal de aquí! ¡Ya no te creo! ¡Me engañaste, viejo culiao!”. Este es el testimonio de tres mujeres que acusan a Humberto Baeza Fernández, conocido por su nombre artístico “Tito Fernández”, de haber aprovechado su condición de maestro espiritual para abusar sexualmente de ellas y que relatan el largo proceso que han debido recorrer para reconocerse como víctimas de violación.
Por Alejandra Matus
Una es ingeniera, la otra secretaria ejecutiva y la tercera, profesora de danza. Ninguna cuadra, a primera vista, con el estereotipo de mujer “víctima”. Por eso, dicen, les ha costado tanto “perdonarse” y aceptar que sufrieron una manipulación de conciencia, el primer paso para naturalizar el abuso sexual y las violaciones que vinieron después. Y por eso, afirman, exponen su experiencia para este reportaje: a cualquiera le puede pasar. No siempre la inteligencia es antídoto suficiente.
Ellas, como muchas mujeres, estaban en una búsqueda espiritual para sanar viejos dolores y para convertirse en mejores personas. La religión católica, otrora canalizadora de estas necesidades, se había desvalorizado en su escala de preferencias y cada cual, por distintos caminos, recibió un dato: había un lugar, el Centro Integral de Estudios Metafísicos (CIEM), donde un maestro impartía clases gratuitas todos los miércoles. Podía servirles. Por qué no. Que el maestro fuera el conocido folclorista Tito Fernández era, para ellas, un descubrimiento sin importancia, pues ni por edad, ni por gustos musicales, lo tenían en su playlist.
El adoctrinamiento que, en un comienzo parecía inofensivo y útil, se convirtió en poco tiempo en la puerta de entrada a una secta secreta a la que fueron invitadas: Tallis. Allí, cada quien fue bautizada con un nuevo nombre y se le pidió soportar la dura prueba de brindarle servicios sexuales al maestro, con el propósito de que pudiera mantenerse brillando como una luz para el mundo. Cada una, de modo distinto, terminó descubriendo que se trató de una vulgar patraña, pero tuvo que acudir a la ayuda de especialistas para entender que no era culpa suya y que lo que había sufrido tiene nombre de delito. Actualmente, dos de ellas han presentado sendas querellas por violación, con el patrocinio del Servicio Nacional de la Mujer y Equidad de Género (Sernameg), y la tercera se prepara para hacerlo en los próximos días. The Clinic entrevistó a las tres denunciantes: E.P.G., K.V.G. y A.G.S., quienes se presentarán solo con sus iniciales, en resguardo de su vida privada. Esta es su historia.
LA MÁS LEAL
A. es la última de tres denunciantes en sumarse a las acciones judiciales contra Humberto Baeza Fernández, el conocido y premiado cantautor Tito Fernández. De las tres, era su seguidora más leal y, por lo tanto, a quien más le ha costado dar el paso de acusarlo judicialmente. Ella llegó a “La Escuela” en 2009, invitada por una amiga. Tenía problemas con la jefa de la empresa donde trabajaba y allí algunos creían que la mujer hacía “magia negra” para perjudicar a un jefe superior y a los trabajadores.
-También venía sufriendo por un amor que no fue. Yo tenía 27 años. El primer día que fui, este personaje habla de la magia negra. De las cosas que uno siente cuando te la hacen y de cómo liberarte de ella. Me acuerdo que llovía y que Chile jugaba un partido muy importante (contra Brasil, el miércoles 9 de septiembre). Por eso había poca gente. Y a mí me enganchó, porque era lo que yo estaba viviendo. Hice el ritual que recomendó y sentí que me funcionó bien, así que continué yendo. Era súper entusiasta. Anotaba todo lo que decía y trataba de aplicarlo.
Habitualmente, cuenta A., los “estudiantes”, entre 25 y 30, se reunían cada miércoles en la sede del sindicato de folcloristas y se sentaban formando un cuadrilátero. Baeza sacaba un libro de los que ha escrito él y, en especial, uno inédito al que llamaba “El libro de las tapas de madera” y que supuestamente se lo dictaba un ser que lo visitaba de noche, desde el encuentro que decía haber tenido con extraterrestres, en 1974. Mezclaba la lectura, entre otras, con anécdotas que vivió con su exesposa, Carmen Ramírez o con su hija Jazmín. (Ambas forman parte de los siete fundadores del CIEM, según se publica en su página web, junto a los músicos Claudio Guzmán, Nelson Varela, Raúl Aliaga y Ramón Aguilera).
“Si tú le contabas algo, él siempre te ponía de ejemplo. Aunque no dijera tu nombre, sabías que estaba hablando algo tuyo”, revela A.
El Temucano les enseñaba a cortar una esquina a los billetes, pues significaba que “el dinero siempre era tuyo aunque lo entregaras”, que toda energía era sexual, y a ser impecables: responsables, puntuales en el trabajo. “Impecabilidad, esa era su palabra de todas las sesiones”, dice A.
A este maestro no le gustaba que le hicieran muchas preguntas. En la página web del centro, advierte: “El estudiante debe saber que el que más pregunta es el que menos aprende”.
-Un día, la directora de la escuela, una mujer mayor que era quien aprobaba o desaprobaba a la gente que podía entrar, me dijo que me aceptaba y me explicó que había que pagar cinco mil pesos mensuales. Entonces empecé a poner en práctica estas enseñanzas. Cortaba los billetes, entregaba la plata con la mano derecha y la recibía con la izquierda, porque él decía que así funcionaban las leyes de la naturaleza.
La infancia de A. fue difícil. Su padre era alcohólico y, aunque no la maltrataba, estaba ausente. Su madre apenas ganaba suficiente dinero para mantener a la familia. Ella encontró la figura paterna y el cariño de hogar en una familia vecina, que la cuidaba y donde A. pasaba la tarde después del colegio. Pero, por un problema familiar, esa familia tuvo que mudarse al sur y A. lo resintió. Hasta conocer a Baeza, no había vuelto a sentir la protección de un padre.
-A esos vecinos yo les decía “Mami” y “Tata”. Recién estoy entendiendo cuánto me afectó que se fueran. El Maestro me recordaba mucho a ese Tata, incluso físicamente. En la logia, él siempre me hizo sentir especial. Me destacaba. Decía que yo era “una niña linda”, que era su regalona. Así se fue formando un lazo distinto al común de las personas que participaban ahí.
Estudiantes seleccionados del CIEM eran invitados a pasar a un nivel mayor de compromiso y realizar una ceremonia de iniciación, copiada de los ritos masones para integrarse a la “Logia Libertad”.
Tan contenta estaba A. con la experiencia, que se la recomendó a su amiga E., una ingeniera de 33 años, también en búsqueda espiritual después de algunas relaciones que dañaron su autoestima. Un día, E. le escribió a A. porque recibió un email del maestro, invitándola a una reunión secreta y, por su contexto, le pareció que probablemente el remitente se había confundido.
-Efectivamente a los pocos días me llegó el correo, citándome a una reunión privada para invitarme a participar a un área secreta de la escuela. Que no le debía contar a nadie y que cuál era mi disponibilidad. Yo pensé: ¡Qué interesante!
La reunión fue solo con él y no había nadie más en la sede del sindicato. Baeza podía entrar cuando quisiera porque tenía llaves.
-Me dice que yo tenía un don y que necesitaba mis datos para sacarme la Carta Natal. “Te necesito para un trabajo muy importante y privado”, me dice y me muestra un dibujo en grafito, que representa un templo, como en una catacumba, con una puerta con un triángulo invertido, y un monje con el rostro tapado. “Tú eres el monje”, me dice, “y estás a punto de entrar en esta área secreta. Quiero saber si a ti te interesaría conocer qué hay detrás de esa puerta”. Y yo: “Obvio que sí”. Y me dice: “A esta parte secreta entran personas que tienen merecimiento, que tienen un don especial y que están dispuestas a dar el servicio para que otras personas puedan seguir esta senda y puedan despertar. Porque nosotros somos una escuela de paso, donde la gente aprende sus bases, pero después puede salir y desarrollarse espiritualmente. Y entonces me dice que el trabajo consistía en que yo tenía que entregarle mi energía sexual al maestro. Recuerdo que sentí un frío enorme en mi cuerpo, pero no podía demostrarlo: ¡Él era el maestro!
Baeza le dijo que no necesitaba responderle de inmediato, que podía pensarlo, pero le advirtió: “Esta es la prueba más grande que puede pasar un iniciado”.
-Yo me fui llorando, en mala. Toda la vida fui muy católica, gracias a este Tata que me llevaba todos los domingos al templo de Maipú a rezarle a la Virgen del Carmen. Hice misiones, hice catequesis, confirmaciones y, en ese tiempo, no me imaginaba a un cura pidiéndome algo tan bizarro. Pero, a la vez, sentía que no tenía la respuesta, porque quizás esto era así y yo no lo sabía. Lo interpreté como la petición de un trabajo espiritual, porque él no era, evidentemente, de mi gusto, ni de mi edad. No provocaba nada en mí.
Tanto lloraba A., que no se sintió capaz de volver a la casa donde vivía con su mamá, pues no podría contarle lo que le estaba pasando. La instrucción era imperativa: cualquiera fuera la decisión que tomara, debía callar. Decidió irse a la casa de una amiga que practicaba reiki y que le impuso las manos para tratar de canalizar su energía. A. se durmió pidiéndole a Dios una señal a su pregunta: “¿Lo tengo que hacer?”. La hermana de su amiga le dijo: “Yo vi una moneda que decía Libertad”. Como la logia ¡Pensé que era la señal!
A. le dio la respuesta a Baeza y éste le respondió que pronto conocería a sus hermanas. Como preparación, le indicó que se reuniera con una mujer a la que llamaba “maestra” y que era su mano derecha en la logia (a la que las denunciantes identifican solo con sus iniciales, R.M.C., pues también la consideran una víctima que se transformó en cómplice). “Ella no me explicitó nada. Actuaba como que yo tuviera que deducirlo. Solo me dijo: ‘Cuando estés ahí, tienes que disfrutarlo, como si fuera tu pololo, para que se cree lo sagrado”.
Poco tiempo después, se le cita al primer encuentro de Tallis. Se sorprendió de ver entre las asistentes a su amiga E.
-De alguna manera, sentí alivio, porque podía conversar con alguien de mis inquietudes más íntimas sin que el maestro se diera cuenta, porque al él yo nunca le mostré mis inseguridades en hacer lo que me pedía. Yo era dos mujeres: en mi casa, muerta de susto y con él, fiel y segura.
A la reunión, Baeza llegó flanqueado por R.M.C. Entre las nuevas integrantes, estaban las tres denunciantes y una cuarta mujer que niega estos hechos. Ahí les explicaron que el maestro necesitaba reunir a siete mujeres que le dieran energía sexual para que él pudiera cumplir su misión.
-La maestra nos hizo hacer un juramento, que era algo así como: “Le pertenecemos al maestro, le hemos dado nuestra energía”. Nos hizo jurar lealtad, silencio y obediencia, también a nuestras hermanas”.
El 8 de marzo de 2010, Baeza les regaló el libro “Los secretos de Osho” e invitó a las cuatro nuevas sacerdotisas a comer al restaurante de comida china “Lung Fung”, el que aparece en “Una mujer fantástica”.
Tallis era una logia de un nivel supuestamente mayor que la logia Libertad. Baeza les dijo, en otras reuniones, que tendrían cargos en el CIEM, junto a sus hermanas más antiguas.
-A mí me nombró su asistente. Yo tenía que armarle el altar, como hacen las señoras en la iglesia: Traerle agua cuando él quisiera y ponerme al frente de la cadena de oración, que se hacía todos los miércoles. Nos tomábamos de las manos y cerrábamos los ojos, menos yo. Hasta ahí no había encuentros sexuales, pero él nos pedía que nos saludáramos de besos en la boca y que a las reuniones de Tallis fuéramos con falda. Entonces él se acercaba y pasaba una a una tocándonos la vagina.
En otra reunión de Tallis, las seguidoras de Tito Fernández fueron rebautizadas con nombres de estrellas asociadas a deidades mitológicas. A. recibió el nombre de Thara, una diosa joven que se enamoró de un dios “menor” y fue castigada “a morir en una supernova, desde dónde escapó nadie sabe cómo”. En la ceremonia, el maestro explicó que “durante mucho tiempo Thara vagó por la tierra y su potente sexualidad no la hizo grata a los ojos de los habitantes del planeta y tuvo que reprimirse para ser aceptada (…) Le damos la bienvenida. Aquí será libre y podrá trabajar con sus hermanas por el bien del universo utilizando el poder de su centro sexual que deberá aprender, de nuevo, a no reprimir y manejar, naturalmente”.
En un papel, se le entregó un mensaje que solo podía leer ella: “Thara es la dueña de los pensamientos del Maestro”. Y por eso en las cadenas de oración debía ubicarse justo enfrente suyo, con los ojos abiertos, pues era la “responsable” de todo lo que él pensara. Baeza le dio, además, una imagen que representaba a la diosa, una daga y una túnica.
Después, creó una forma de comunicación privada con cada una para coordinar los encuentros en que tendrían que entregarle su energía sexual.
-Siempre pensé que era una prueba, que íbamos a llegar al motel donde me había citado y que me iba a decir que había dado muestras de mi lealtad y que me iba a dejar ir. Yo tenía que ir con falda y cuando entramos a la habitación, me pide que me arrodille sobre la cama y que me ponga la daga apuntando al cuello. Me dijo que ese era un trabajo fome, pero que había que cumplir. Que no lo pensara mucho. Y con esa espada había un juramento que no recuerdo en detalle, pero al finalizar dijo que si la sacerdotisa no quería hacerlo, se tenía que suicidar con la daga, “pero como tú lo quieres hacer, no hay problema”. Ahí me da vuelta y yo pienso: “No quiero ser violada”, pero para mi sorpresa, no había tal prueba, sino una violación. Hice todo lo que me pidió, pero no me tuve que desvestir, ni excitarlo, nada. Él hizo su trabajo no más-, cuenta A. y se quiebra.
Baeza le decía a sus víctimas que él retenía la eyaculación, porque así “seminizaba” su cerebro y hacía una representación de la gran catarsis que le producía esa eyaculación hacia el interior. Finalmente, les pedía tragar una gota de su semen, porque así les transfería “el átomo simiente”. Todas las hermanas de Tallis, les decía Baeza, estaban unidas por “un cordón azul”.
El maestro comprometía a sus discípulas a tener siete encuentros de este tipo, siempre en el mismo motel, en Ejército con Toesca (donde ahora hay un conjunto de locales comerciales). Los dependientes, recuerdan las tres, se desvivían por atender a este cliente habitual.
Después del segundo encuentro, Baeza, olvidándose de su papel de maestro, le escribió un correo a A. comentándole que le había gustado la forma de sus genitales. “Lo encontré muy ordinario. No sabía cómo decirle, pero al final le mandé un correo muy respetuoso expresándole que su comentario me había incomodado y pidiéndole que no lo hiciera más, ‘porque yo no soy tu amante. Yo estoy contigo por este trabajo espiritual, nada más’”. A. tuvo los siete encuentros entre marzo y abril de 2010 y luego lo encapsuló en su memoria, intentando creer que su sacrificio había tenido un propósito superior.
-Lo bloqueé. Hice lo que tenía que hacer y seguí yendo a las reuniones. Todos los miércoles yo estaba ahí, acarreándole el bolso, armándole el altar.
En ese intertanto se enteró de que otra de las integrantes de Tallis se había retirado.
-El maestro nos dijo que lo había agredido. Yo le pregunté: “¿Qué vamos a hacer? La K. se fue y es capaz de ir a contarle a todo el mundo lo que está pasando”. Me dijo: “No te preocupes, ella es una contra todos nosotros. Lo vamos a negar hasta la muerte y ella va a quedar como loca”. Hace poco, le pedí perdón a ella, porque si hubiese ido a denunciar años atrás esto, yo hubiese sido una cómplice, no una víctima.
A. se enamoró de un estudiante de la logia Libertad y Baeza incluso propició que se iniciara la relación. La pareja comenzó a convivir y A. solo continuó participando como su mano derecha en la Logia Libertad. Renunció a su trabajo e inició un emprendimiento, que no prosperó. Baeza la ayudó económicamente por un año, pasándole 90 mil pesos mensuales para pagar una deuda que le quedó.
-“Mi viejito más lindo que el sol”, así le decía yo, y todo lo que hacía, se lo contaba altiro. Sentía que por contárselo, él prendía una vela y me iba bien. Yo lo quise un montón, como un padre, como mi maestro. Entendía que lo que pasó había sido un sacrificio espiritual y, después de eso, se convirtió en mi Tata, mi padre ausente.
Hasta que un día el maestro tuvo un accidente cerebrovascular y fue internado en el Hospital Naval, en Valparaíso.
-Me contacta su hija y me dice: “Mi papá está pésimo”. Lo fui a ver a su casa, a un despacho que tiene, y después de conversar un rato, le digo: “Cómo te puedo ayudar” y él me mira y me dice: “Tú sabes cómo”. Ahí se me cayó el mundo. Yo llevaba cuatro años con mi pareja y le digo que a mí me complicaba, porque yo nunca había sido infiel. Me dijo que la energía sexual se puede canalizar de distintas formas, que no era necesaria la penetración. En mi cabeza empezaron a pasar cosas como: “Lo conociste cuando estabas mal, hiciste trabajo espiritual, te fue bien, te cambió la vida, él te necesita ahora, no lo puedes dejar solo”. Entonces, le dije: “Bueno, pero sin penetración”.
Él me pidió que lo estimulara tocando mi propio cuerpo, pero de pronto se lanzó sobre mí y me violó. Al terminar, me pidió perdón, que no sabía lo que le había pasado. Yo me fui llorando. Menos mal que mi marido no estaba. Me bañé como si quisiera sacarme la piel. Me sentía asquerosa y aún así me sentía mal por pensar así del maestro. Fue horrible.
A. empezó a faltar. Él decía siempre que el que se alejaba nunca sería feliz.
-El lavado de cerebro era sutil, no era una amenaza directa, eran lecciones de años. Yo estuve cinco años participando ininterrumpidamente en las lecciones y en todas había algo que te iba manipulando. Me daba miedo cortar el vínculo, porque lo veía como a un padre, que ahora me necesitaba y yo lo iba a dejar solo porque estaba enamorada de mi pareja, lo que calzaba con la historia de Thara, que al final se enamoraba de un dios menor y era destinada a morir en una supernova. Sentía que iba a tener que pagar.
La logia Tallis no se juntaba desde que K. se había ido y A. se concentró en ir los miércoles, aunque cada vez le costaba más. Participó en otras experiencias espirituales y, a través de ellas, su inconsciente comenzó a expresarse. Aún con mucha culpa, le pidió a su maestro que la liberara del compromiso y él le concendió la dispensa. Con su pareja decidieron tener hijos, pero el primer embarazo lo perdieron a los casi tres meses de gestación.
-Me sentí castigada por haber abandonado al maestro, pero no se lo podía decir a nadie. Todavía seguía el delirio místico: Sentía que mi hija se había sacrificado. Me acordé que mi mamá, un año atrás, me había contado que había sido abusada en su infancia , entonces, de alguna manera, pensé que el aborto fue una purga y que mi útero se estaba limpiando de toda esta mierda.
Después de eso, A.y su pareja decidieron casarse. Como él había sido un discípulo y no sabía nada de Tallis, le propuso a Baeza que los casara. “Yo deseaba que dijera que no, pero, inicialmente, aceptó. Después, para mi alivio, se excusó. Nos casamos. Decidimos quedarnos con todo lo lindo que descubrimos de nosotros en el período de gestación”.
De regreso de la luna de miel, A. comenzó una terapia con una naturópata.
-A la tercera sesión, ella me dice: “Háblame de tu abuso”. Y yo lo primero que pensé fue: “Yo jamás he sido abusada”.
Recién entonces comenzó el proceso de reconocimiento, que se facilitó por el encuentro con E., quien mantenía contacto con K. y se empezaron a juntar.
LA REBELDE
K. estaba separándose de su marido, después de una larga relación de violencia intrafamiliar, cuando oyó hablar del CIEM. En su familia y colegio católicos, le enseñaron que las señoritas se sentaban con las piernas cruzadas, que la hermana mujer le sirve el té a sus hermanos varones. En la primera etapa de su matrimonio, en el que tuvo dos hijos, el abuso fue sicológico y cuando éste minó su ánimo de tal manera que no quería tener relaciones sexuales con su marido, comenzaron los ataques físicos.
-Ahí empezó la violencia física y verbal, la típica, que erís maraca, que tienes a otro. Un vecino con el que hablaba, me dijo: “A lo mejor este grupo te puede hacer bien, además, que te interesan estos temas” ¡Sí, me interesaban! Descubrí esa parte de mí que tenía guardada, porque hasta ahí yo era mamá y esposa no más. Había dejado la carrera al casarme y ni siquiera sabía qué música me gustaba…
Al separarse, K. se había distanciado de su familia, porque a su exmarido no le gustaban las visitas. Él la desprestigió, además, con sus vecinos, así que casi no hablaba con nadie. Empezó a ir al CIEM y se sentaba en la última fila. Un día, se cruzó de piernas y alguien le advirtió que eso no se hacía delante del maestro. Más que molestarla, ese tipo de rituales le pareció atractivo.
Primero fue invitada a pertenecer a la Logia Libertad y para eso debió someterse a un rito de iniciación, en que los aspirantes eran vendados y sometidos a diversas pruebas. En su caso, tendida en el suelo, sintió el peso frío de una espada que se posó sobre su vagina. Tiempo después R.M.C. le pidió sus datos para hacerle una carta natal.
-Y ahí me llaman a una reunión con él. La maestra me dijo que fui seleccionada porque el maestro vio algo especial en mí. Yo venía sintiéndome basura, porque mi exmarido me decía que si yo no estuviera en este mundo, no pasaba nada, que era así de insignificante, que por lo único que yo servía era por las pechugas para amamantar a los niños ¡Enganché altiro! Ella me dijo que me iban a invitar a un grupo donde tendría más acercamiento con el maestro, por lo tanto, más sabiduría, más estudios y me sentí especial. Y cerró la puerta detrás de mí, dejándome sola con él.
Él me dijo: “Tú eres una mujer hecha y derecha, estuviste casada”. Subtexto: “Ya tuviste sexo”. Y continuó: “Tienes hijos, te separaste, ya tienes una historia, por lo tanto, todo lo que te diga no debiese asustarte. En tu carta natal dice que tienes una energía especial, más encima eres escorpión, que son calientes”. Me dijo que se iban a hacer unos trabajos de índole sexual, para lo cual yo era precisa. Que había llegado ahí para eso.
Intuyendo que a K. le gustaba la pedagogía, le dijo que tal vez, más adelante, podría ayudarlo con las charlas y que sería la encargada de enseñar la expresión corporal a todos. K. quedó de pensarlo y mientras salían él le pidió que se sacara una foto carné, porque la necesitaba.
-Lo que sabemos ahora es que el viejo hacía brujería con las fotos. Yo le dije: “No tengo ningún peso” y él me respondió que no me preocupara, que él pagaba. Y a mí que alguien me pagara algo, era como: “Me valora, soy importante”. Al próximo miércoles fui contenta a la reunión porque ya había tomado la decisión de aceptar. La verdad es que no me vi teniendo relaciones con él. Pensé que el trabajo sexual sería algo esotérico, espiritual. No pensé que era de contacto directo.
Cuando K. le comunicó la decisión, el maestro la besó. Le dieron asco sus bigotes, pero lo olvidó de inmediato.
-Después de eso, vino este 8 de marzo de 2010, donde fuimos a ese restaurante y conocí a las demás elegidas. Yo, hasta ahí feliz, más encima con el libro: información, lectura ¡Qué rico! ¡Esto es lo mío! Este es mi premio por todo lo que sufrí antes. Después, comenzaron las reuniones de Tallis y los juramentos que nos hacían repetir sobre silencio y lealtad, que eran como un taladro aquí-, dice apuntándose las sienes.
K. fue bautizada como “Kamhir” con la misión de “abrir el chacra de la corona en los habitantes de este planeta. Por allí entrará Ka, el haz de luz que trae la buena nueva y el nuevo mundo”. Ka, era, nada menos que el propio Baeza. Kamhir no está castigada en la Tierra, sino que “enviada en misión de combate. Nadie imaginó que caería en la trampa del hombre terrestre y se entregó perdiendo la mitad de su poder. Como ya estaba en el infierno, aquí la dejaron con la misión de buscar dónde recuperar el poder perdido”, decía la descripción que él leyó en su incorporación.
En un papel personal, le escribió: “Kamir: es la dueña de los actos inconscientes del Maestro”.
-La R.M.C. decía a viva voz los juramentos que nosotras debíamos repetir. Ella decía: “Si alguna no está de acuerdo, este es el momento para que se vaya”. ¿Quién se iba a ir? Las amenazas se hacían gota a gota, indirecta tras indirecta, de una forma muy eficiente. Desde que empecé a ir a la logia Tallis, empecé a soñar que estaba encarcelada. Estuve en todas las cárceles posibles, porque todas las noches era una distinta. Yo quería escapar, pero la cárcel estaba en mi interior.
K. recuerda que en las reuniones secretas, Baeza enseñaba a practicar ritos que, sin decir que eran de magia negra, para ellas eran evidentes. “Para tener dinero, por ejemplo, nunca dijo que teníamos que invocar al diablo, pero sí que la plata no se le pedía a Dios, sino que ‘al otro lado’”.
Las reuniones de Tallis se hacían en la sede del sindicato, pero en otro horario. K. recuerda que le comentó al maestro que no podría seguir yendo. Ya iba los miércoles apenas, porque tenía que pagarle a alguien que se quedara con sus hijos y sus ingresos eran insuficientes.
-Él me dijo: “Búscate a una persona, ojalá a una amiga que quiera a tus hijos y que los cuide como si fueras tú, y yo te voy a pasar la plata para que le pagues”. Yo me sentía tan sola con mis hijos. Que alguien que no fuera yo se preocupara por ellos fue invaluable. Pensé: “Este caballero me quiere, valora a mis hijos”. Entonces, encontré a una amiga que estaba sin pega y él le pagaba súper bien. Y si me demoraba en regresar a la casa, él le pagaba el taxi para la vuelta. Entonces, ya no tenía cómo decir que no.
En ese mismo período, K. le contó que estaba postulando a un trabajo en la Municipalidad de Pudahuel y Baeza le dijo que lo diera por hecho, porque era muy amigo del alcalde. “El Jonnhy Carrasco hace lo que yo quiero, así, tal cual lo dijo”, relata. Al día siguiente de esta conversación, K. fue notificada de que había sido aceptada en el trabajo.
-Dos meses después de invitarme a Tallis, me citó a un motel. Y yo también pensé que a última hora me iba a decir: ¡Pasaste la prueba!
K. tenía un auto pequeño en que, según acordaron, pasó a buscarlo al Parque Almagro, en el centro de Santiago. K. estaba leyendo un libro sobre la dictadura.
-Lo tenía en el asiento trasero y él lo vio al subirse. Me dijo: “Para qué estás leyendo esos libros. Ahí hay pura tristeza. A mí me torturaron y fue terrible. No me quiero ni acordar. No leas esto, te hace mal, pero hoy me vas a hacer olvidar todo eso.
Al entrar al motel, según el relato de K., él iba mirando las habitaciones y escogiendo una que tuviera buena “energía” y le dejaba una propina suculenta a la mucama.
-La primera vez me dijo: “El día que yo hago este trabajo con ustedes nunca como, para estar purificado”. Y, para mí, eso era una señal de que esto era importante. Él quería que yo, por ser bailarina, me sacara la ropa de algún modo sexy y a mí no me salía. No podía actuar. Y me violó. No tuvo ni un cuidado, ni un gesto cariñoso. Para él, nosotras éramos esclavas sexuales, nada más.
Con los cursos que empezó a dar, K. comenzó a sentirse mejor consigo misma. En la misma Municipalidad, además, se inscribió como alumna en un curso de soldadura al arco, que siempre había querido hacer.
-Empecé a tener amigos que me valoraban y me empecé a sentir que ya no encajaba en las reuniones de los miércoles, pero tampoco atinaba a salirme. Incluso, en esa época fueron los dos encuentros que tuve con él en un motel y seguía soñando con la cárcel. Un día, que mi amiga no podía cuidarme a los chicos, la reunión se hizo en mi casa. Él llegó antes, supongo que a propósito, dándoselas de galán y eso sí que me resultó patético. Y que estuviera con esa actitud en mi hogar, cerca de mis hijos… Sentí que podían estar en peligro. Y así ¡paf!, se quebró el hechizo.
K. sintió que algo sucio y vergonzoso rozaba un espacio sagrado. “Era como que ensuciara mi casa. En ese momento, antes de que llegaran las chiquillas, me ofreció así, de sopetón, que dejara mi trabajo, que solo me dedicara al arte, a bailar, a mis hijos, que él me mantenía y me pagaba el departamento, mercadería, todo, con tal de que estuviera siempre dispuesta para él. Ahí ya se me terminó de caer”.
K. lo llamó un par de días después y lo citó a un lugar que él frecuentaba con sus alumnos para comer completos. Él llegó antes y la esperaba con un jugo de naranja.
-Le puse encima una cajita con la daga y todas las cosas que nos había dado. Le dije: “Te vengo a decir que no creo nada de lo que dices. Mi energía es mía, no te la voy a dar nunca más ¡Eris un viejo chanta! Él se puso a llorar y empezó a hablar, porque él tiene mucha labia. Me dijo que yo era una niña y que no había entendido nada y que él estaba dispuesto a perdonarme, cuando estuviera más madura. Eso me recordó lo mismo que me dijo mi marido, cuando le dije que me quería separar. Él también me dijo que yo era una “niña” y que estaba confundida. ¡Me dio tanta rabia! Me paré hirviendo, enyegüecida, empujé la mesa contra su cuerpo. Los jugos salieron disparados. Todo el mundo miraba. Me agarró el brazo con fuerza y me dijo: “Tú sabes que eres mía y para toda la vida y todas las vidas, vas a ser mía, porque ya hiciste un juramento y hemos hecho trabajos espirituales que nos unen con el cordón azul”. “¡No te creo nada huevón, nada!” Y me fui, súper enojada.
K. dice que al día siguiente la llamaron de la municipalidad para decirle que estaba despedida, pero no se arrepintió de su decisión. Eliminó todos los vínculos que tenía con Tallis, excepto con E.
En los años que vinieron trabajó en las más diversas ocupaciones, desde profesora de pilates a chofer del Transantiago. Pero un día, la agresión de un conductor gatilló en ella una intensa depresión, con pensamientos autodestructivos. Se sentía en peligro y pidió ayuda.
LA SERVIDORA
E. llegó al CIEM en octubre de 2009, después de una serie de relaciones que dañaron su autoestima, que la volvieron una mujer insegura, que se sentía fea e indeseable. A. le habló de esta escuela y de su maestro “un anciano súper sabio” que podía ayudarla.
En 2009, la ingeniera había dejado su trabajo en una empresa eléctrica, porque le causaba contradicción el daño ecológico que provocaba.
-Quería dedicarme a algo más natural y que no le hiciera daño a nadie. Estaba viviendo con mi familia, pagando el pie para un departamento, y dedicada a un negocio en donde hacíamos artículos de meditación, de yoga y vendíamos alimentos naturales. En esa parada andaba cuando la A. me invitó al CIEM. La directora de la Escuela me hizo una pequeña entrevista y me aceptó como participante.
El lugar a E. le pareció maravilloso. La mayoría de los asistentes eran mucho mayores que ella.
-Estas personas se mostraban como una familia espiritual. Para mí conversar con alguna de esas señoras era como conversar con una mamá sabionda. Podíamos hablar de metafísica y de todas esas cosas que no podía hablar con mi madre, pues ella es evangélica. Al principio, no podía mirar mucho al maestro, ni interrumpirlo con preguntas ni comentarios. La directora de la Escuela me hizo sentarme al final de todos, pues yo no estaba iniciada ni mucho menos. Era como una visita. Por mi parte, trataba de hacer las cosas con respeto y cuando terminaba la reunión, me iba, pero como con la sensación de haber recibido una joya del “maestro”. Siempre parecía hablar de cosas que justo a una le estaban pasando y decía lo que una necesitaba escuchar. Me iba con esa gratificación.
Después de varios miércoles, fue notificada de que el maestro la quería iniciar. E. sintió cierta resistencia, pues no deseaba reemplazar el bautismo que había recibido en la Iglesia Católica. Temió que se tratara de una secta.
-La directora de la Escuela me dijo que ahí había gente de las más diversas religiones, pero que si no quería ser iniciada no regresara más. Era tan drástico, que yo acepté y me encomendé a Dios. Una vez allí, me di cuenta de que éramos varios aspirantes, entre ellos, la K. Nos pusieron una venda en los ojos y nos dieron unas vueltas como para que nos desorientáramos, pero igual sabíamos que estábamos en el sindicato de folcloristas. Entramos a un lugar donde no sabíamos si estábamos solas y sentí unos golpes como de una espada en los hombros. Era como que te indicaban que tenías que arrodillarte. Alguien empezó a hablar. Era la voz de Tito Fernández. Recuerdo que decía: “Desde ahora tu pasado quedó atrás y ahora tú no eres más la persona conocida como E.P.G. Ahora eres parte de esta escuela. Repite conmigo” y empezó como un juramento que era de lealtad. Me hizo ruido que esta lealtad no fuera hacia la hermandad, sino que hacia él, de obediencia al maestro, lealtad al maestro, discreción, silencio. En ese momento me había puesto la punta de la espada en el cuello, en la zona de la tráquea. Aunque estaba vendada, sabía que eso era un arma ¿Qué podía hacer?
Tras repetir el juramento, le sacaron la venda y vio que traían a K., a quien hizo recostarse en el suelo, con las piernas y brazos abiertos, en forma de estrella y le puso la punta de la espada sobre la vagina. “Me pareció que era un acto humillante y que, en comparación, a mí no me había pasado nada”, dice.
Esa tarde, la anciana que dirigía la escuela, les dio unos papelitos asignándoles un nuevo nombre escrito con letras rojas, mientras el maestro decía: “Un hermetista sabe que para hacerle daño a otra persona, tiene que hacerlo a través de este nuevo nombre. No somos más lo que éramos. Después de iniciarnos, somos como nuevos”.
-Baeza decía que se formó en el Instituto Filosófico Hermético y ese día nos reveló el nombre real de la Escuela. Dijo que no era Centro Integral de Estudios Metafísicos, como se le conocía sino que era CIEN: Control Inteligente de las Energías Naturales, algo mucho más poderoso que la metafísica. Ahí como que la cosa empezó a oler a algo más oscuro. Recuerdo que nos invitó a comer a una picada y a mi la comida me quedaba atravesada, pues, como que se me murió el maestro. A él le gustaban todas esos lugares donde lo reconocieran y le dijeran: “Don Tito”. Esa noche llegué a la casa con una sensación amarga. Desde ese día, yo empecé a ser un poco el pepe grillo de la A., comencé a decirle esta cuestión no me tinca y ella me respondía: “No hables así del maestro, porque es muy especial y es sabio”. Yo trataba de hacerle caso a A. y convencerme a mí misma de que la equivocada era yo.
A fines de 2009, los discípulos celebraron el cumpleaños del maestro en La Hacienda del Gaucho, en Plaza Italia.
Esa comida se costeaba con la cuota mensual de los estudiantes.
-En esa ocasión, nos entregó un sobre a cada y uno dentro del mío había un papel que decía “libertad” y “sinceridad”. Dijo que eran palabras claves para el próximo paso que íbamos a dar, y que a cada uno le tocó algo para trabajar. Yo pensé: “Este viejo tiene poderes especiales ¡Me descubrió!” Entonces pensé que yo estaba mal, me había convertido en la oveja negra y decidí tratar de portarme bien.
Un miércoles R.M.C. pidió a cada de las jóvenes los datos para armar la carta natal y se les asignaron funciones de acuerdo con sus características. A K., se le dio la tarea de ayudar a los demás con su expresión corporal. A., secretaria, quedó como asistente del maestro.
-Y a mí me puso como hermana hospitalaria. Él se dio cuenta de que a mí me gustaba esta onda de servir, de ayudar a los enfermos y acompañar al necesitado. Dijo que nosotras éramos como las maestras en estos cargos así que subíamos de grado. Para que yo desarrollara bien mi labor, me pasaron el listado de todos los hermanos con datos, para poder contactarlos cuando se ausentaban. En febrero de 2010, empezaron a llegar estos correos misteriosos. Para mí era súper raro que ese personaje que nunca me pescaba delante de los demás, me escribiera correos tan cercanos.
Cuando me llegó el email que era para A., me di cuenta altiro de que se había equivocado. Cuando se lo hice notar, me dijo: “Los errores no existen”.
Baeza comenzó con E. un intercambio epistolar confidencial.
-Después del terremoto me dijo que era muy importante que nos juntáramos porque si no, ese año iba a ser nefasto, que ya había empezado mal y que teníamos trabajos que hacer, para los que se requería mi ayuda. Ahí ya te empezaban a hacer sentir como responsable de algo que no sabías. Fui a juntarme con la R.M.C. y me dijo que el maestro se había fijado en mí y que él era un hombre mayor que necesitaba de nuestra energía, sobre todo de las mujeres más jóvenes. Yo intenté preguntar: “¿Cómo puedo darle esa energía?” Y me dijo: “¡Todas sabemos cómo podemos darle energía a un hombre!” “Yo no sé” “Sí sabes. Todos los hombres necesitan lo mismo” “¿Esta cuestión significa que tengo que intimar con el maestro?” “Te digo, todos necesitan instancias” “¿Tú estarías dispuesta a ayudar?” “Sí, pero no sé cómo” “Ahí vas a saber” y me hizo pasar a otra salita. Estábamos en el sindicato pero un día fuera de la reunión habitual, como a las ocho y media. Yo pensaba que estaba sola con ella, pero en esa otra sala estaba él: “¿Ya hablaste con la R.M.C.?” “Vengo de eso”. Él se acerca rápidamente y como yo andaba con falda, porque nos decían que así nos conectábamos mejor con la naturaleza y la energía, me mete la mano por debajo de la falda y me empieza a tocar y a besuquear al mismo tiempo. Yo no supe qué hacer. “Es para ver qué tan dispuesta estás a ayudarme”.
E. tuvo la sensación de querer empujarlo, pero, en su mente se reprochaba querer hacerle daño a un anciano, a su maestro.
-Era tanto mi ruido mental y mis contradicciones internas, que no hice nada. Salimos y la R.M.C. nos estaba esperando y al ver que “todo estaba en orden”, cierra la puerta y mientras vamos saliendo él me dice: “Te va a llegar un correo”.
Así empezó a recibir las instrucciones para ir al motel de Ejército con Toesca. En esos días, se estaba muriendo una tía de E. y en un principio, no atendió los insistentes llamados de Baeza.
-Él me llamaba harto, a cualquier hora. Yo a veces estaba con mi socio en los negocios o con mi tía enferma y todos me decían: ¡Contesta!, pero yo no podía. Me imaginaba que me iba a hablar románticamente y no sabía qué hacer frente a eso. Mi tía murió y él estaba pendiente de que el funeral fuera luego y quedamos de juntarnos el 29 de marzo de 2010. Yo había hablado con A. y ella me decía que creía que esto era una prueba, pero yo sabía que el viejo ya me había agarrado a besos, entonces, como que estaba medio frita. No fui capaz de ponerle freno a esta situación y fui y ahí en el motel, hizo toda una parafernalia espiritual. Sacó una daga, con mi nuevo nombre inscrito: Mérope. “Esto no es lo que tú te imaginas. Vamos a hacer un trabajo espiritual. Vamos a limpiar esta habitación” e hizo el show con la daga, como que sacaba larvas energéticas, porque “los moteles están contaminados con mucha energía de lujuria e infidelidad”.
Al entrar a la logia Tallis, E. había recibido un segundo nuevo nombre. Ahora era Mérope, la séptima de las Pléyades. Mérope, se le dijo, “brillaba con menos intensidad” que sus hermanas, por ser la única que había contraído matrimonio con un mortal. “Mérope está a cargo de los sufrimientos del mundo y debe trabajar para aliviarlos”. El papelito que le entregaron con su misión, decía: “Mérope está a cargo de los sufrimientos del Maestro y es quien puede aliviarlo de su pesada carga. Es su Confidente y Consejera”.
-Me puso la daga en el cuello y me dijo: “Antiguamente, cuando las sacerdotisas no querían servir a su maestro, ellas aprovechaban esta oportunidad para suicidarse, porque era mejor suicidarse que decir que no”. Yo todavía estaba con ropa, de rodillas en la cama. Él de pie, con la daga en la mano derecha, se acerca y la siento aquí, en mi cuello, mientras me decía: “Repite conmigo”, y me hizo hacer un juramento de que íbamos a tener siete encuentros para afianzar esta unión con la logia Tallis. Yo repetí mecánicamente, con miedo. Él me decía que si no lo hacía, todo sería peor. Finalmente, una piensa mucho en su familia, en sus más cercanos, y no te atreves a decir que no.
Como a las demás, Baeza también la violó. “Me miraba con la cara del típico viejo verde que una se cruza en la calle, que de sagrada no tenía mucho, pero yo hasta me sentía mal por observar ese tipo de detalles”, agrega E.
-Para mí fue doloroso y asqueroso. Él no usó ninguna protección y no se lavó. Lo que más me pasaba por la cabeza era: “¿De qué mierda me voy a enfermar?” No pensé en embarazo, pensé en infecciones.
E. tuvo cuatro encuentros idénticos, fríos, humillantes, sintiéndose obligada.
-Como si eso fuera poco, además, él tenía la desfachatez de hacer comparaciones entre nosotras. En mí, eso reabrió viejas heridas. Me decía cosas para que me sintiera penca y como que tenía que esforzarme más para que estuviera contento conmigo. En las reuniones de Tallis, siempre nos decía: “Ustedes se tienen que amar como si fueran hermanas y amarme incondicionalmente. Tienen que ser como una sola para servirme, para que tenga energía para hacer mi trabajo” y, sin embargo, cuando estábamos por separado, nos metía pequeñas envidias a partir de las comparaciones. Nosotras, en vez de cuestionarlo a él, sufríamos. Cuestionarlo iba en contra del maestro, y nos reprimíamos de pura culpa.
En sus lecciones, Baeza usaba textos que advertían de la tentación que sentían los discípulos de poner en duda al maestro, después de conocerlo como ser humano: “Ten cuidado con la pérdida del respeto por el Maestro. Eso sería el fin de tu búsqueda porque marca el sitio exacto hasta donde llegaste y repetirás la historia una y mil veces. Por eso no hay que suponer cosas del Maestro. No hay que imaginar cosas del Maestro. No hay que intentar descalificarlo. Hay que tomar la enseñanza que transmite y no cuestionarla”.
Otro afirmaba que los discípulos más aventajados podían ingresar a “La Cámara Secreta”: “Los Miembros de la Cámara Secreta pasan pruebas muy duras y difíciles. Sin embargo, las enfrentan con una sonrisa y se entregan a la preparación para recibir el Poder sin preguntar y sin juzgar”.
E. empezó a engordar. En poco tiempo, aumentó alrededor de 40 kilos. Hoy siente, dice, que saboteó su cuerpo para que nadie se le acercara, ni la mirara, ni le dijera cosas en la calle.
-Quería pasar lo más desapercibida posible. Ya no quería nada con nadie. Desde la primera vez, cuando me tocó la vagina, mi vida sexual se fue a la mierda. Sentía que si volvía a estar con algún hombre, le iba a hacer daño, lo iba infectar de ese bicho llamado Tito Fernández. Me lo prohibí a mí misma y para que fuera efectivo, me afeé, cuáticamente.
Esos cuatro encuentros ocurrieron entre marzo y julio de 2010.
-Siempre tenía la duda de si lo estaba culpando sin razón, o si en verdad el viejo era malo y turbio. La cuarta vez le dije, con mucho respeto, que no tenía ganas de ir, que cumplir con ese compromiso para mí no era agradable y que, además, cuando apagaba el teléfono para estar con él siempre pasaban cosas malas. Entonces, él aprovechaba el impulso y me decía que cuando uno hace algo bueno para uno, todo lo demás se opone y los profanos hacen pataletas.
Siempre encontraba una explicación a su favor. De todos modos le dije: “Si podemos dejarlo hasta aquí sería súper bueno. Podemos conversar, hagamos otra cosa. No sigamos con esto”. Me respondió que ese encuentro tenía que ocurrir, porque ya estábamos ahí, que la cuarta vez era la más importante, porque sellaba la unión con el cordón azul. Me hizo pretender que yo estaba tomada de las manos con las demás chicas y que formábamos una estrella y que estábamos todas unidas desde nuestros genitales hacia los suyos y lo que le pasaba a una, le pasaba a todas, que si le deseábamos bien a él, todas estábamos bien, pero si le deseábamos mal, todas estaríamos mal. Me hizo comprometerme a tener ese cuarto encuentro, pero los tres que faltaban quedarían pendientes para cuando él tuviera una necesidad especial.
Al llegar a su casa, E. sentía que se le notaba de dónde venía y, sin mirar a sus padres, se bañaba por largo rato, “para sacarme una mugre que nunca salía. Tenía una sensación de culpa, vergüenza y de todo lo malo”.
E. intentó conformarse con que aquella había sido la última vez. Le pidió una cita para devolverle las cosas que le había dado, porque ya no las iba a ocupar más.
-Era un día domingo y él estaba en su oficina viendo una final de fútbol. Cuando pone el letrero en la puerta “En terapia”, su mujer sabe que no tiene que entrar. Me dijo que le daba una pena negra que le devolviera esas cosas, porque eran para que yo hiciera mi trabajo. Me dijo que tenía que prometerle que yo igual iba a seguir yendo a las reuniones, porque de lo contrario las demás chicas también iban a querer irse y me prometió que me liberaría esa misma noche. Recuerdo que cuando iba de regreso a la casa, me sentía extraña y me preguntaba: “¿La habré cagado? ¿Por qué le doy esta pena tan grande? ¿Será que yo estoy actuando mal?” .
E. siguió yendo a las reuniones de Tallis, aunque con menos frecuencia, y de pronto el maestro empezó a insinuar que quizás ella era lesbiana y pidió que una de las chicas se ofreciera de voluntaria para ayudarla a salir del clóset.
-K. y A. miraron hacia la muralla, pero una cuarta integrante dijo: “Yo le ayudo”, se paró y me dio un beso apasionado, mientras él y R.M.C. miraban. Después, esta chica, que todo lo sexualizaba, empezó a molestarme diciéndome: “Acuérdate que nosotras tuvimos algo”. Lo tiraba como talla, pero a mí me caía bomba. Apenas me di cuenta que él se relajó un poco, me salí y pensé “no vuelvo más a esta lesera”.
E. recuerda que cada vez que intentaba alejarse, él le enviaba mensajes para que regresara, hasta que en 2014 tuvo el accidente vascular. A. la llamó llorando y E. se conmovió y se unió a la cadena de oración por su salud.
-Cuando él volvió a su casa y empezó a recuperarse, yo, la muy… lo llamo para saber cómo estaba y me dice: “Recuerdo que tú ibas a estudiar esta cosa de los imanes y eso me ayudaría mucho en este momento, porque estoy con insomnio y quedé con unas secuelas que me impiden cantar. Si me puedes ayudar con eso, te lo agradecería mucho”. Acepté, pensando que tenía una deuda con él por no haber llegado hasta el encuentro número 7. Yo no quería cobrarle, pero él insistió en pagarme. Le puse un precio de 20 mil pesos la sesión, pero él me depositaba 50 mil pesos y me dejaba con esa sensación de que seguía endeudada con él.
Al despedirse, él mismo le recordaba la deuda e intentaba besarla en la boca.
-A fines del verano del 2015, llegué a ponerle los imanes y el viejo estaba solo en su casa. Me pidió que lo atendiera en el cuarto de su hijastra, que estaba todo lleno de espejos y en el techo había un ventilador. Estaba pasado a gato, lo cual me producía mucha alergia. Le puse los imanes y él me dijo: “¿Cuánto rato más tengo que estar con estas cuestiones? Tenemos que aprovechar que estamos solos para pasarlo bien”. Yo no lo pesqué, pero cuando se terminó la sesión, se bajó los pantalones. Era todo muy patético. Yo le dije que se los subiera, pero a la siguiente sesión, cuando llegué puso el cartel de “En Terapia” en su puerta y me dijo que se había tomado un viagra. “¿Te acuerdas que tienes una deuda conmigo?”
Baeza le dijo que tenía insomnio y que por su salud, necesitaba eyacular, para poder dormir bien. “¿A quién más le voy a pedir, si a tus hermanas les enseñé que los hombres no deben eyacular?”.
E. aceptó estimularlo.
-Él me decía que cuando un hombre eyacula lo único que quiere es que la mina desaparezca rápido. Yo entendía que tenía que irme. Le daba un beso en la frente y me iba a deambular por ahí, sintiéndome pésimo. El 8 de marzo del 2016, me citó a su casa porque me tenía de regalo de cumpleaños mi carta natal. Me dijo que esta mostraba que para lo único que yo servía era para satisfacer sexualmente a los hombres y que los piscis éramos muy serviciales y que si esa capacidad la llevábamos al plano sexual, éramos como geishas que podían hacer feliz a cualquier hombre. “Tú eres así y yo lo sé”, me dijo y yo le respondí: “¿Tú ves cómo estoy después de todo lo que ha pasado? ¿Te acuerdas cuando me conociste? Yo era flaca, normal, tirando para bonita ¡Mírame como estoy!”.
Él siguió inmutable con su discurso y le dijo que no importaban los kilos de sobrepeso: “¿Qué vas a hacer a estas alturas de la vida, E.? Mañana vas a cumplir 40 años: ya no te casaste, no tuviste hijos, profesionalmente estás obsoleta. Piensa, en tu padre tan enfermo, necesitas llevar plata a la casa y la mejor forma en que puedes hacerlo es así: yo tengo cuatro amigos, que puedes atender de lunes a viernes, y nosotros te aportaríamos con 100 lucas cada uno. En un mes, te haces dos palos”.
Ella le dijo que eso se llamaba prostitución. Él, que era un trabajo sagrado.
-Sentía que tenía la cabeza llena de pura mierda que él me había metido y tenía la necesidad de limpiarme. Entonces, agarré la afeitadora y al día siguiente, que era mi cumpleaños, me presenté en la escuela pelada y no fui nunca más.
Luego, por un amigo, E. se enteró de que Tito Fernández le comentó que ella era una tonta por no usar su “poder” para subsistir. Él mismo la llevó del brazo a una comisaría a denunciar lo que había vivido y, como no fue acogida, recurrió a la Fundación para la Confianza, que la derivó a un Centro de atención reparatoria a mujeres víctimas de agresiones sexuales, CVS, dependiente del Sernameg. Allí comenzó una terapia sicológica y siquiátrica, a la que se sumó K. y más tarde, A.
Juan Carlos Sepúlveda, abogado de Tito Fernández, ante consultas de The Clinic, dijo que por el momento su cliente no respondería preguntas sobre el caso. Desde la querella de E. las reuniones del CIEM que se realizaban en el sindicato de folcloristas se suspendieron.
E. fue la primera que decidió llevar el caso a la justicia, como parte de su proceso reparatorio. No solo presentó una querella por abuso sexual y violación, sino que ha debido solicitar protección y una serie de medidas cautelares, pues desde que la querella se filtró a un medio de comunicación, ha recibido constantes llamadas de hostigamiento, algunas desde la propia oficina de Tito Fernández. La última represalia que recibió E. fue el envío de una papa tallada como una cara, pinchada con alfileres de magia negra. Pero E. ya no tiene miedo. Ahora, dice, le da risa.
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