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domingo, abril 29, 2018
Camila Moreno: "Charly es tan importante como Violeta Parra"
El Clarín Argentina
"Es un honor y es una estupidez”, lanza Camila Moreno (32), cuando alguien la emparenta con Björk, la referente preferida de quienes buscan encontrarle un equivalente. “Ella es la vanguardia y yo no estoy haciendo nada parecido a eso”, afirma con cierta reserva pero dejando claro que no hay camino preestablecido para ella: cada paso es una aventura, una atención a la íntima intuición artística y una aceptación del riesgo de desnudarse ante la audiencia.
En la portada de Mala madre (2015) decidió aparecer con el cuerpo apenas cubierto por un velo, según sus propias palabras, para exorcizar “el rollo de tener las pechugas chicas”, y no dudó en calificar al álbum como “peligroso para mí, porque me deja expuesta”. Es su trabajo más pop (“un pop raro, extravagante”, dirá ella) luego de un debut de aires folklóricos (Almismotiempo, 2009) y un segundo paso más introspectivo (Panal, 2012). En 2016 apareció el EP Los momentos, donde versiona a Eduardo Gatti, Aterciopelados y Soda Stereo. Y lo que seguirá es un disco doble como parte de una propuesta multidisciplinaria que Moreno ha bautizado Pangea, y que supone un nuevo formato de concierto que traerá a la Usina del Arte, antes de presentarlo en el Teatro Caupolicán de Santiago de Chile, una sala para cinco mil personas.
Pangea ya tiene dos singles en circulación –una versión en vivo de “Piedad” y una de “Esta noche o nunca” a dúo con Gepe– e incluye un documental, quizás similar a Las ruinas de oro (2014), el mediometraje que rodó junto a su banda en Las Melosas, un antiguo campamento minero alemán reconvertido en centro clandestino de detención por la dictadura pinochetista. También un libro basado en sus cuadernos de composición y dibujo, un cortometraje animado y un cómic basados “en historias que mi padre me contaba, y que sucedían en Pangea, sobre un dinosaurio y un niño mapuche”.
–¿Cómo se relacionan todos esos soportes que conforman Pangea, y de dónde surgieron?
–Todo está relacionado al concepto de Pangea, a la unión de los continentes. Cuando tocábamos en vivo con la banda se empezó a dar una mutación de las canciones, que las hizo más potentes. Mucha gente me decía que ir a un concierto mío era una experiencia super distinta a la de escuchar mis discos. Y a partir de eso me vi en la necesidad de registrar lo que estaba sucediendo en vivo. Y también me empezó a pasar que ese cambio de sonido, esa mutación, tenía que ver con el proceso colectivo. A diferencia de mis discos, donde hago las cosas un poco más sola, en el vivo hay un proceso que tiene que ver con la coexistencia de la banda. Por eso Pangea, porque son distintas islas que al chocar con mi isla generan un nuevo continente. Es como la deriva continental pero a la inversa (ríe).
–Con Mon Laferte, Chinoy, Nano Stern, Javiera Mena, formás parte de una generación de artistas chilenos. ¿Qué compartís y qué te diferencia?
–Me diferencian varias cosas, pero claramente somos parte de una generación que hace música distinta entre sí; o sea son super distintos Chinoy y Mon Laferte. Pero mi sensación es que lo que yo hago tiene un carácter más exploratorio y también multidisciplinario. Y que hay una búsqueda de peligro en lo que estoy haciendo, mientras que en otros proyectos hay mayor comodidad. Sí nos une el hecho de ser solistas, y cada cual es muy potente. Podemos levantar un concierto solos porque tenemos mucha fuerza escénica.
–Te gusta cambiar de disco a disco. ¿Es una decisión artística o tiene más que ver con tu personalidad?
–Creo que es una combinación de las dos cosas. Siempre me ha asqueado la intención de encasillar la música en estilos, y siempre me han interesado muchos tipos de música. Yo escuchaba Rage Against The Machine y Violeta Parra y para mí no había confrontación entre ambas, todo lo contrario. Recibí muchas influencias de distintas emocionalidades y quizás eso se vea reflejado en mis discos. No es algo consciente. De hecho, siento que mis discos no tienen un estilo definido: algunos son más acústicos o folklóricos y otros indagan más en la oscuridad, como Panal. Y Mala madre es un poco más pop, un pop raro, extravagante.
–Has hablado de Charly García como una de tus influencias, ¿cómo te ha pegado su música?
–Para mí Charly es tan importante como Violeta Parra. Escuché su música durante toda mi infancia, así como escuchaba a Los Prisioneros, y siento que hay mucha influencia de su música y de la música argentina en general en la mía. En la adolescencia me puse a escuchar a Spinetta, se convirtió en mi ídolo e inicié una adoración tremenda por Artaud. Y amo los primeros discos de Fito Paéz, como Giros. La música argentina para mi generación es muy fuerte, ¡todos vamos a las fiestas y tocamos canciones de Charly García! Charly es un referente de la irreverencia y eso para mí es impagable. Eso no tiene comparación con nada ni con nadie. Faltarle el respeto a los formatos y tener esa actitud sin miedo a la vida me parece sumamente inspirador, incluso algo espiritual. Para mí, Charly está en otro nivel de vibración humana.
–Figuras femeninas como Violeta Parra o Alejandra Pizarnik han marcado tu personalidad artística. ¿Cómo te alimenta esa tradición?
–Lo hace todo el tiempo. Ellas son mis maestras. Stella Díaz Varín, Cecilia Vicuña, Frida Kahlo, Alejandra Pizarnik o Alfonsina Storni. Son mujeres que me acompañan en mis momentos de composición. Sobre todo para Mala madre leí mucho a Pizarnik, mientras trataba de solucionar letras del disco. Y mi sensación es que son mujeres que son malditas por su intensidad, son marginadas porque son demasiado potentes y la sociedad finalmente no las puede contener. Y son mujeres suicidas, por lo mismo: no caben en este modelo de cultura, en este abismo que hemos creado como Occidente. Tienen una lucidez y una sensibilidad en su arte que me conmueve. Poseen una verdad que es rotunda. Cuando uno ve a cualquier artista haciendo algo es bonito, pero es distinto cuando transmite una verdad que ha encontrado y es capaz de transmitirla. El espectador queda absolutamente rendido. Y eso está presente en Pizarnik, en Parra, mujeres latinoamericanas, lo que es muy duro de ser incluso hoy.
–Hacés un especial reconocimiento a la poeta Cecilia Vicuña, ¿creés que lo erótico es algo que falta explorar como tema artístico?
–El erotismo que ella plantea tiene que ver también con el humor. Y eso fue, en su momento, algo muy vanguardista. Estaba fuera de los cánones que una mujer pudiera hacer poesía erótica y picaresca. Siento que, en general, la exploración del erotismo es algo muy perdido para toda la humanidad. El porno lo aplastó y chamuscó toda nuestra oportunidad como humanos de acercarnos a una sexualidad real. Eso es sumamente triste, pero a través de la poesía se puede recuperar. Yo me inicié en la sexualidad a los 13 años con la poesía de Cecilia Vicuña y agradezco mucho que así haya sido.
FICHA
Camila Moreno
Lugar: Usina del arte (Av. Pedro de Mendoza 501)
Función: domingo 29 a las 19
Entrada gratuita
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