lunes, abril 30, 2018

Felipink: Mandolina evangélica ahora al servicio del pop contracultural gay



The Clinic

Son seis los mandolinistas que integran el elenco de Mandolina Mía, todos provenientes de iglesias evangélicas, todos gays y todos orgullosos de su identidad sexual, de su proveniencia espiritual y del virtuosismo que alcanzaron en la ejecución del instrumento que alguna vez, creyeron, salvaría sus vidas y culminaría en el perdón de sus pecados. Ad portas de ofrecer su primer concierto este 31 de mayo en Matucana 100, Felipink, líder de la banda, asegura que la mandolina, tocada tradicionalmente por mujeres en el mundo evangélico chileno, “está al servicio del pop contracultural, y se toca semidesnudo, con toda la carga homoerótica que eso tiene”.

Por Diego Milos S.
Fotografía por Alejandro Olivares

“Los evangélicos ven a un niño recién llegado y al tiro lo suben al coro. Tú podís no tener idea de lo que están cantando pero estái ahí metido en el coro de niños. Me tocaba ir mucho, estaba enganchadísimo con la música”, afirma Felipink (36) recordando su infancia a principios de los 90 en la Iglesia Metodista Evangélica de Chile. En esos años se llamaba Felipe Muñoz y escogió el instrumento que juraría no dejar de tocar nunca en la vida: la mandolina. A poco andar ya integraba la selección del coro.

La Iglesia era una suerte de espacio liberador y de reconocimiento comparado con lo que vivía en el Liceo católico Ruiz-Tagle, donde lo consideraban afeminado y extrovertido. En la Iglesia era respetado, y a los 15 años ya andaba de gira por Chile. “Yo tocaba bien, era cool, era aprobado gracias a la música. Creo que ese es el punto de enganche de esta fe para capturar sensibilidades, porque la ceremonia, que es lo más importante, es muy musical”, explica. “Se parte con una oración, luego canta el coro y después la iglesia completa. Sigue una lectura de la Biblia y un sermón; con eso la iglesia queda súper fervorizada para seguir cantando”, agrega. ¿El resultado? En algunos casos como el de la Catedral, una la energía de 600 instrumentos para cinco mil personas electrizadas. En ese punto llegan las catarsis, –vistas como posesiones del Espíritu Santo–, y las danzas y contorsiones que anteceden al trance. “Como una revelación que te hace hablar una lengua extraña y resulta que justo el Espíritu Santo iluminó a la persona de al lado para que tradujera”, cuenta Felipe, haciendo referencia a dos fenómenos específicos de las corrientes pentecostales: la glosolalia, -que consiste en hablar un idioma desconocido repentinamente-, y la xenoglosia, -que implica comprender un idioma desconocido repentinamente y traducirlo de forma espontánea. Estas habilidades, según el Nuevo Testamento, provienen de unas lenguas de fuego que se asentaron sobre cada miembro de la multitud congregada el día de Pentecostés.

EL CLÓSET Y EL TEMPLO

Felipink hoy es músico, performer y se lo vincula con el mundo del electroclash y la electrocumbia. Y si bien reconoce que su paso por la Iglesia le regaló la vocación por la música, también le dejó la cicatriz de la incomprensión: “Yo podría estar súper okey y agradecido de la herencia musical que recibí, pero me metieron mucha caca en la cabeza y eso me da pena. Si tú vai desde los 10 años a sentarte a tocar mandolina como loco a cambio de recibir un sermón de 40 minutos sobre cómo tienes qué ser y qué normas morales seguir, se produce un sentimiento de culpa muy profundo. Y sobre todo porque existe la posibilidad de la segunda venida de Cristo en cualquier minuto.

Tu podís estar jugando a las Barbies y justo llegó Cristo y se fue toda tu familia pal cielo y tú no. Entonces es una paranoia asquerosa desde muy chiquitito”, sentencia.

Fue su familia quien lo llevó a la Iglesia y fue su misma familia quien lo alejó; una crisis conyugal de sus padres lo impulsó no solamente a colgar la camisa a cuadros y, por un tiempo al menos, la mandolina, sino que también a abrir el clóset de par en par. Su padre se había vuelto predicador de la iglesia y con la separación, dice Felipe: “se derrumbaron las estructuras morales. Mi mamá se fue de la casa y ahí empecé a relajarme con mi homosexualidad. También empecé a darme cuenta de que mi relación con la sexualidad es previa a cualquier conciencia religiosa”, recuerda. Aunque las preguntas sobre la fe y la pulsión erótica vengan separadas, las dos desembocan en una sola respuesta: “en medio de este conflicto, ¿qué me venís a hueviar? Voy a hacer mi vida, chao”.

Por si todavía quedaba alguna duda, al poco tiempo de dejar la Iglesia, Felipe tuvo una conversación con un mandolinista del coro que le haría cortar para siempre con la institución: “Él me contó que se había descubierto un romance entre un chico que tocaba la guitarra y él, y que en medio de un ensayo, el jefe del coro lo llamó adelante y le hizo una unción, que es como un exorcismo para sacarle el demonio de la homosexualidad. Cuando él me cuenta eso yo dije: ¿un escarnio público? No, eso a mí no me va a pasar ni cagando. Y espérate, no llamaron a los dos, llamaron solamente al mandolino ¿Por qué? Porque el mandolino había tentado al guitarrista por ser más femenino en su conducta”, señala.

Eran los primeros meses del nuevo mileno y Felipe Muñoz atravesaba la Alameda desde Estación Central a la Usach, casa de estudios en la que pasaría los próximos años estudiando Publicidad. “Improvisación, danza contemporánea, ejercicios, masajes, era como uuuy, tenía que dejar el clóset definitivamente y empezar mi propio camino erótico y artístico”, afirma. Empezó a componer música para las presentaciones de estos talleres y allí también conoció a Wincy Oyarce, con el que formó el dúo Pornogolossina (“Soy gay y qué hueá” o “Yo elijo a quién amar, yo elijo con quien follar, si nadie es feliz, yo lo quiero intentar”, son algunos de sus versos). Mal no les fue en el circuito dance de esos años, en el que brillaban junto a Hija de Perra y una incipiente Javiera Mena. En ese ambiente florecieron nuevos dones de performer, pero pronto se puso a tocar con otros músicos y entendió que sus mejores aportes los podía hacer con su antiguo instrumento. “Y funcionó bien, porque la mandolina florea o hace los dibujos que podría hacer el sintetizador, y sin efectos”, explica.

Felipink siguió desarrollando estas combinaciones junto a su propia banda, Alonso Quijada y Graciela Rosanegra y el año pasado lanzaron su primer disco: El Tigre. De este, sacarán parte del repertorio para el concierto de Mandolina Mía.

UN GRUPO SATÁNICO

La mandolina estaba de vuelta en la vida de Felipe, pero la idea un conjunto mandolinero ni se asomaba: “Cuando llegué a la Universidad, al poco tiempo andaba frecuentando una discoteque que ya no existe, el Bokhara, donde fueron mis primeras salidas gay, y veía caras conocidas pero no sabía de dónde, hasta que me puse a preguntar: ‘¿oye tú tocabai mandolina en la iglesia?… Sí, y tú también… Y te acordái de este… Era pololo con este otro…”.
Hasta que en el año 2015, Marco Marchant, un musicólogo que investigaba el tema de la mandolina como marca de género, lo contactó y a Felipink se le ocurrió formar un grupo. Así, inició su reclutamiento a través de anuncios –omitiendo la palabra gay– en Facebook. Y así fueron respondiendo los interesados como Matías (28), exafiliado a la Iglesia Unida Metodista pentecostal de Cerro Navia, quien se dijo: “Tengo que estar ahí, esto es parte de mi vida, quiero volver a sentir muchas mandolinas”.

La convocatoria, eso sí, trajo también repudios públicos y no faltó quien señalara que la iniciativa era propia de un tipo satánico que quería sacar a los mandolinos de la iglesia para sus cochinadas y, que como león rugiente, se iba a comer a los hermanos.

A David (36), otro mandolinista reclutado por Felipe, ese tipo de reacciones, en el concierto de la moral canuta en Chile, le resultan absolutamente esperables. Lo que le sorprende, “disculpen la expresión vulgar, es que cinco maricones que tocan mandolina generen la reacción que han generado. Hemos sabido de pastores que nos están espiando y que han sacado a pastores del pastorado por estar indirectamente relacionados con nosotros, Yo tengo tíos pastores y los han llamado. Yo creo que tienen miedo”.

Con todo, actualmente son seis los mandolinistas que integran el elenco, todos provenientes de iglesias evangélicas, todos gays y todos orgullosos de su identidad sexual, de su proveniencia espiritual y de su instrumento.

MANDOLINA FEMENINA

La mandolina está presente en diversas tradiciones, española, británica, italiana, estadounidense, y en todas es preponderantemente ejecutada por hombres. Pero en las iglesias metodistas pentecostales de Chile la mayoría de sus intérpretes son mujeres, y si un hombre toca mandolina, simplemente no se habla del tema. A lo más, funciona como un silencioso modo de reconocimiento entre ciertos jóvenes, como Felipe: “de niño, en la iglesia cuando veía a un chico tocando mandolina me funcionaba al tiro el radar gay, pero no se menciona, no se acerca uno a decir ‘oye, ¿tú erís gay?’.”

En este punto conviene preguntarse con toda legitimidad: ¿a qué se debe esta afinidad entre la homosexualidad masculina y el melodioso cordófono? Si el afeminamiento es reprobado por la doctrina, ¿por qué toleran que hombres toquen mandolina en vez de darles una guitarra?

El fenómeno no se explica totalmente por el registro soprano y melódico del instrumento, ni porque la guitarra se toque “de pata abierta y la mandolina con las piernas cerradas”, como afirma Felipink, ni tampoco porque la guitarra sea considerada por estos mandolinistas como un instrumento rudo y hasta grosero, incapaz de dibujar melodías. Lo que parece estar en el fondo del asunto es la libertad individual de complacer a Dios a la propia pinta, rasgo que caracteriza fuertemente a las corrientes luteranas. No se trata de querer tocar mandolina, sino de tener la capacidad de hacerlo bien. Pues como señala el mandolinista Ariel (36), hoy cantante lírico profesional y primero en acercarse a Felipink para este proyecto, “cuando más adulto te podís salvar si erís muy buen mandolinista, porque te vuelves necesario para la orquesta. Es una cuestión de sobrevivencia. Los jefes de coro saben que si un hombre toca mandolina es porque es cola y lo va a hacer bien. Hay mujeres que tocan súper lindo, a los hombres no les queda otra”. Es claro que el espacio femenino de los y las mandolinistas puede resultar cómodo y hasta protector, pero está muy lejos de ser la única motivación de estos intérpretes: “en mi caso, también primaba más el talento que habitaba en uno que cualquier otra condición”, afirma Hernán. “Y era más interesante que las minas”, complementa Matías.

Pero no solamente es un asunto de técnica, aunque Matías haya dejado la Iglesia hace diez años, sigue viviendo la música religiosa en lo más hondo de sus emociones: “cuando la escucho, me conecto con mis raíces. Los domingos toco mandolina y me fumo un pito y de repente lloro. Me da nostalgia, porque cuando uno escucha le pasan cosas en el cuerpo. Es un poco sentirme en la Iglesia, pero libre en mi casa”.

Además que una simple elección de sobrevivencia o gusto por un instrumento, está la creencia en un destino trazado por Dios. Más que una preferencia personal, la capacidad para tocar el instrumento es un don del Espíritu, del cual estos músicos deberán rendir cuentas el día del Juicio Final, y allí se verá merecen o no integrar eternamente los coros celestiales. Pero como señalaba Ariel, también puede ser útil en la tierra, porque la Iglesia condena mucho la homosexualidad y el afeminamiento, pero no si el varón toca mandolina, y menos si lo hace bien, porque significa que el mismo Dios los ha predispuesto a integrar este espacio femenino para su alabanza. Del mismo modo las autoridades espirituales pasan por alto estos defectos, Hernán (37), el único entrevistado que se sigue congregando en la catedral, hace vista gorda sobre ciertas malas prácticas de las jefaturas: “la mandolina está tan en mi ADN, tan arraigada en mi ser, que prefiero omitir todo lo que pasa en la institución. Si escuchaste que a tal pastor se le filtra plata, prefiero no diezmar, no ofrendar, pero quiero estar tranquilo conmigo mismo y con mi música”.

LA PASIÓN PA CALLAO

Al preguntarle a los mandolinistas por qué deciden y por qué se les permite tocar un instrumento que por naturaleza corresponde más a las mujeres, hay consenso en que puede ser un medio de salvación tanto en el cielo como en la tierra. Pero Hernán va más allá: “hay que dejar bien posicionado lo que uno es”, afirma. “En la interna uno sabe que uno tiene un género distinto a los otros, y uno tiene que dejar parado al género”, dejando en claro que aunque no se hable de la homosexualidad y que los usos masculinos de la mandolina no sea siquiera un tema de copucha, hay diversidad de género en el mundo evangélico: “yo viví mi sexualidad de forma no tan abierta como otros gais esperarían, pero no tenía la necesidad de andar con una bandera ni de publicar Soy Gay. Mi sexualidad era en mi vida personal, en mi casa, lo descubrí tal vez un poco tarde, pero llevo siete años viviendo junto con mi pareja y voy tranquilo a la iglesia. Ni un drama.”

“Eso tiene que ver con la Iglesia en la que estábamos”, agrega Ariel. “En la Iglesia de mi mamá, que era más chiquitita, la predicación acerca de la homosexualidad era Sodoma y Gomorra… Fui cinco veces y, no sé si porque iba yo o porque me tocó la mala cueva, me tocaron predicaciones brígidas. Nada de amor del Señor, sino que te vai al infierno. En cambio en la Catedral y en la iglesia a la que fui desde chico nunca tuve un episodio en que me trataran mal en una predicación ni me cuestionaran personalmente, porque no cabía la duda, ¿este niño será cola? No había nada que hacerle porque yo era brígidamente cola. Se me notaba desde arriba de un avión y piti”.

Cada iglesia muestra grados de homofobia o tolerancia a discreción del pastor, según su lectura de la Biblia y su experiencia personal, pero la constante está en cierta actitud pudorosa de ´los líderes espirituales, más cercana al respeto por la intimidad que a la búsqueda de escándalos puritanos. “Cada iglesia tiene su pastor, explica Felipe, y hay unos más progre que otros o que por ahí tienen un sobrino gay y deciden hacer vista gorda, porque en el fondo todos tenemos algún pecado. Pero tiene que ser piola, nunca es algo explícito. “Sí, es tal cual, confirma Pablo (34), un amigo mandolinista de la banda, y prosigue con una historia personal que ilustra bien la amplia tolerancia hacia las costumbres inmorales cuando son secretas y la reacción intransigente de estas mismas cuando los pecados salen a la luz:
– Mira, cuando yo tenía 15 años era la primera mandolina del coro, y tuve una relación con un hombre mayor dentro de la iglesia. Era el predicador responsable de la filial en la que me congregaba. Mientras eso duró, nunca nadie me discriminó. Pero cuando se empezó a notar más el tema, quedó la cagá.

¿Por qué?
Porque era casado. Cuando erís chico te enamorai de manera súper pascualina, veís todo bonito y querís que sea para la vida entera. Cuando no vi que empezara a recibir de la otra parte lo mismo, me aburrí, porque todo tenía que ser pa callao, todo oculto, y cuando te aburrís, se empieza a notar. Y quedó la cagá con ganas. Me hicieron un juicio, con los diáconos de jurado y el pastor al frente como juez. Yo expuse que ya la institución me tenía choqueado como tal, y que si iba a la iglesia no era por un tema espiritual. Les conté en detalle la historia completa, que duró tres años, los mismos tres años que él estuvo como predicador responsable en ese lugar, entre los 15 y los 18. Yo nunca tuve que sentarme con mi familia a explicarles que siento cosas distintas, porque siempre se notó que yo era cola, y soy feliz siendo así. Entonces cuando viene esta huevá de juicio… (se emociona), les tuve que decir ‘yo llego hasta acá nomás, esta es mi verdad, desde mi punto de vista así fueron las cosas y tengo el apoyo de mi familia’, que se paró y se fue conmigo. Eso dejó un quiebre importante en la iglesia.

Qué pasa cuando un predicador, que es alguien con poder sobre sus fieles, se involucra con…
Es intocable. Me echaron toda la culpa. El malo, el que desarmó su matrimonio y se metió a tentar fui yo. Él conservó su imagen de santidad que le colocaron delante del rebaño, como le llaman.

METODISMO MUSICAL

Es una idea compartida por los miembros de Mandolina Mía: el método es algo primordial, “no podías vestirte ni tocar como quisieras”, señala David, eran restricciones generales, pero Ariel ve en ellas algo positivo: “creo que en el ambiente de riesgo en el que vivía –yo vengo de una población de la zona sur de Santiago– el haber estado dentro de una Iglesia fue un factor protector y probablemente yo sea el único que tiene un doctorado en toda la historia de donde yo vivía. La Iglesia te forma, te ordena y te disciplina, sobre todo si eres corista, tienes que ser puntual, aprenderte las canciones, andar de corbata. Y te enseña a lidiar con la frustración. Si quieres algo, tiene que ser un logro. Ahí hay un trabajo personal de arreglárselas para conseguir un objetivo”.

Hoy se sabe cuántos evangélicos hay en el mundo (cerca de 400 millones), pero no en cuántas iglesias se distribuyen, porque son cientos de miles y están en permanente multiplicación. Mucho menos cuántas mandolinas están sonando en sus coros justo a esta hora. En Chile, según datos censales, los evangélicos habrían pasado de 1.699.725 fieles en 2002 a 2.145.092 en 2012 (con 200 mil mujeres más que hombres), cifra mucho mayor que la de agnósticos y ateos (1.494.771 en 2012).

DEL JOTABECHE A MATUCANA

Independientemente de la evolución espiritual de cada uno, para Felipink, el impulsor de todo esto, la mandolina es ahora “un vehículo de liberación y protesta, y ya no de alabanza”, aunque tampoco pareciera haberse desprendido completamente de su carácter carismático.
– Un concierto de mandolinas en Matucana 100 es llevar mi propuesta a su máximo nivel de particularidad, en un espacio que no es de concierto-carrete sino que es para las artes visuales, y es bonito porque mi estética es pop ochentera y festiva, pero igual estoy acontecido. Hasta el día de hoy tengo mapas mentales que obedecen a esa lógica de premio o castigo, por ejemplo. Las letras de algunos de los temas que vamos a cantar en Mandolina Mía hablan de lo difícil que es sacarse toda esa programación mental que recibiste desde niño y que te meten en el chip aunque no hayas prestado atención. Así que espero hacer una catarsis hermosa en el escenario. Porque es una experiencia sexual y religiosa y puede ser hardcore.

¿Volverías a la Catedral evangélica para tocar con tu elenco?
Sí, pero no se puede. Así que lo queremos hacer es tocar en el Odeón de la Plaza de Armas y no descartamos irnos de gira por las plazas de Chile.

No hay comentarios.: