El Mercurio
Bastián García Santander
Nirvana lanzó "Nevermind" en 1991 y, además de entregar uno de los discos más definitorios en la historia del rock, eclipsó el resto de los lanzamientos musicales de aquel año. La banda de Kurt Cobain se convirtió sin quererlo en un objeto de medición, comparación y modelaje para otras bandas dentro de la industria musical, ávida del descubrimiento de talentos en sintonía con los hombres de "Smells Like Teen Spirit".
The Smashing Pumpkins -conjunto que formó Billy Corgan y James Iha en 1988 en Chicago-viajaban en paralelo y terminaron cruzándose por ese camino. Su excelente álbum "Gish", lanzado justamente en 1991, los puso en el mapa y las asociaciones con el combo que completaban KristNovoselic y DaveGrohl fueron inmediatas.
Firmaron con Virgin Records y pusieron manos a la obra para componer su segundo LP, con Butch Vig nuevamente en la producción, casi al mismo tiempo en que los problemas internos torpedearon la tranquilidad del cuarteto.
Corgan, compositor principal de la banda, vivió un impensado vacío creativo, demasiado presionado por el momento profesional que estaban viviendo: ser la mejor banda de rock del mundo era ahora o nunca.
Eran los signos de los tiempos, de una u otra forma.
Entonces, para el líder de The Smashing Pumpkins era necesario tomárselo muy personal. Esas sesiones, que construían un disco que sería bautizado como "Siamese Dream" (1993), musicalizaban experiencias tan íntimas como su convivencia con la depresión y los pensamientos suicidas ("Today"), una dedicatoria a su medio hermano con capacidades distintas ("Spaceboy") y un discurso de desprecio a ese mundo alternativo en el que nunca se sintió cómodo ("Cherub Rock"). Además, buscaba incansablemente remecer al mundo de la música en sus propios términos, bajo su propio relato, sin nombres ajenos haciéndole sombra al momento de sentarse a escuchar sus canciones.
Y el grupo lo consiguió. "Siamese Dream" poco tenía que ver con Nirvana. El álbum reunía sin titubeos géneros como el shoegaze, el heavy metal y el pop. "Soma" -producida con decenas de pistas de guitarras sobrepuestas unas con otras- podía transmitir dulzura y, segundos después, explotar de rabia; "Disarm", convertirse en una balada universal y generacional; y "Quiet", "Hummer" o "Rocket", conjugar ese encuentro sensacional entre el sonido etéreo y profundo de las guitarras con su contraparte áspera y tempestuosa.
The Smashing Pumpkins se acercaban cada vez más a su destino, a ese espacio categórico, alguna vez titánico, de ser número 1 en ventas en Estados Unidos en 1995 ("Mellon Collie and the Infinite Sadness"). Aunque también aflorarían los mitos más desgastantes sobre la personalidad de Billy Corgan. Alguien tenía que pagar el precio de la fama.
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