El Mercurio
Jamie Donoso
Repleto estuvo el Teatro Municipal de Ñuñoa para el concierto que el viernes brindó la Orquesta de Cámara de Chile bajo la conducción de Helmuth Reichel, joven director chileno-alemán que ha desarrollado una fulgurante carrera en el exterior y en nuestro país.
La dos primeras obras, sin ser propiamente descriptivas, ajustan su devenir a referentes externos: la obertura "La bella Melusina", de Mendelssohn, y "Canción de cuna a Fuegia Basket", del chileno Tomás Brantmayer. En la primera, hay una relación con una leyenda medieval; en la segunda, una relación con un episodio de nuestra historia.
La historia del hada o sirena Melusina, que narra su transformación de ser mítico en mujer, a través del amor por un humano, ha estado presente en muchas obras literarias y musicales, con distintos nombres, peripecias y finales, tristes y felices. No es raro que Mendelssohn, amante de los mundos feéricos, haya concebido su obertura al quedar subyugado por la leyenda después de oír una ópera de Conradin Kreutzer con el mismo argumento. En Mendelssohn, el tratamiento de las maderas es siempre delicado y necesita perfecta coordinación; no obstante el excelente desempeño de los clarinetes, el inicio fue dubitativo en el ajuste de las maderas y en cierto exceso de trompetas y timbales, lo que no obstó para una muy buena versión.
Brantmayer confirmó sus dotes como un joven compositor en plena trayectoria ascendente. Su identificación con la triste historia de Fuegia, la niña kawéskar arrebatada de su paisaje fueguino y su familia, para ser "civilizada" en Inglaterra, es entrañable. El auditor puede dejarse influir por el título y recorrer con la música paisajes helados y desolados, o solidarizar con el asombro inocente y el frío en el corazón de una niña que necesita una canción de cuna para enfrentar su incierto destino. Brantmayer, felizmente alejado de las modas de vanguardias agotadas, construye una música directa pero de gran calidad, y tiene la valentía de componer desde una emocionalidad que fue desprestigiada por ciertos talibanes de la modernidad. Esa emoción también fue palpable en la labor del director, la orquesta y el público que premió obra e interpretación con calurosos aplausos.
La Cuarta Sinfonía de Beethoven siempre ha sufrido el haber nacido entre la Heroica y la Quinta, lo que ha causado profundas injusticias en su valoración. Es una obra de una impresionante y sólida arquitectura donde a cada paso abundan los prodigios. Esos prodigios "redescubiertos" se revelaron en toda su originalidad gracias a la impecable conducción de Reichel, quien con inteligencia y plena autoridad construyó una propuesta memorable.
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