El Mercurio
Tras inventariar los 23 campanarios históricos de la capital, y descubrir que solo siete de ellos se usan, el musicólogo Eduardo Sato se empeñó en revivir estos instrumentos benditos, partiendo por las campanas coloniales de la Catedral.
Romina de la Sotta Donoso
Hoy en día, la mejor opción para escuchar las campanas de la Catedral de Santiago es el último domingo de septiembre, porque se tocan durante los últimos siete minutos de la procesión de la Virgen del Carmen, cuando los fieles avanzan desde la estatua de Valdivia a caballo hasta el templo mismo.
Sin embargo, son solo dos las campanas que repican ese día; a pesar de que la Catedral posee seis piezas de valor patrimonial. Las otras cuatro están mudas.
"Ese conjunto de seis campanas es el más importante de la ciudad en términos históricos y sonoros, y no se está haciendo uso de su verdadero potencial, porque casi no se tocan", asegura el musicólogo Eduardo Sato Besoaín (1979).
Ediciones Universidad Alberto Hurtado acaba de publicar su libro "Con mi voz sonora. Campanas y toques de campana en la Catedral de Santiago (1789-1899)", un volumen de 346 páginas, con decenas de fotos históricas y actuales ($15 mil).
El investigador detalla que cinco de las seis campanas del conjunto catedralicio son coloniales y fueron fundidas entre 1764 y 1832, dos de ellas por el famoso artesano Silvestre Morales.
"Para mí, la más interesante es la campana 'San Pedro', de unos 2.371 kilogramos, una obra colonial fundida en 1789, de gran originalidad en todo sentido: morfológico, epigráfico y sonoro", dice Sato.
La sexta campana del conjunto, "Santiago", es la única industrial. Pesa 3.548 kilos y fue fundida en 1899 por la fundición Corbeaux.
"Como la Catedral es el templo más importante, es ahí donde siempre han tenido lugar los toques más complejos. Lamentablemente, de eso no queda más que el recuerdo. Una vez le propuse al deán hacer algunos toques con esas campanas, y me respondió justamente una de las conclusiones más lapidarias del libro: que Santiago ya no era una ciudad cristiana, y que las campanas ya no servían para nada porque la gente podía ver la hora. Es un escenario muy adverso para la recuperación de los toques en ese templo", lamenta.
Esta silenciosa realidad dista enormemente de la vitalidad sonora que Santiago exhibió entre 1789 y 1899, período que Sato elige para examinar: "En 1789 se construye el primer campanario, provisorio, del templo, la desaparecida torre de Toesca. Como consecuencia de ello, se comisiona la fundición de un importante grupo de campanas coloniales que, en parte, aún se conservan. Por otro lado, en 1899, se construyen las actuales torres y se funde la actual campana mayor, que determinó la fisonomía actual del conjunto".
"Las campanas fueron el medio de comunicación masiva más poderoso del antiguo régimen. Era el único instrumento capaz de ser oído de manera simultánea por toda la ciudad, el único capaz de traspasar el ámbito privado. La monarquía era considerada una institución sagrada y la campana se adaptaba muy bien a esa función sacralizadora del sistema de poder, que no encontraba división entre la Iglesia y el Estado. Lo interesante es que eso se mantuvo fuertemente en la República; durante la primera mitad del siglo XIX el nuevo gobierno buscó igualmente legitimarse ante la ciudadanía a través de la sacralización, y se valió de las campanas para celebrar hitos importantes de su consolidación", asegura el investigador.
Al ser benditas, aclara, estas campanas tienen "el deber de comunicación y alabanza sagrada, y el poder de combatir espíritus malignos". Pero también, reconoce, tienen un valor patrimonial: "A menos que se rompa, la campana conserva el mismo sonido desde su fundición. Entonces, cuando escuchamos una campana colonial, estamos oyendo exactamente el mismo sonido que se escuchaba en la Colonia, pero en un contexto diferente. Es el único vestigio sonoro del Santiago colonial que podemos experimentar".
Toque de queda
Sato dedica más de cien páginas a describir todos los tipos de toque que alguna vez se practicaron en Santiago y que documentó por medio de boletines eclesiásticos y crónicas. Todos tenían una función religiosa, alerta, pues "desde la Edad Media, la Iglesia dispuso que las campanas benditas solo pueden tocarse con fines sagrados. Incluso el toque de incendio era considerado religioso, porque estaba relacionado a la caridad de prestar ayuda".
Entre los más recordados se encuentra el "de ánimas". Sato detalla que "se tocaba todos días a las 8 de la noche y cumplía una doble función: era un llamado a orar por las almas del purgatorio y un llamado a recogerse en casa; de ahí viene el término 'toque de queda'". Este regía hasta el despunte del día siguiente, que era señalado por el toque de los Ave María de las 4:30 de la mañana. "El ángelus también se hacía diariamente, tres veces al día en la Colonia", agrega.
Uno de los toques más hermosos y magnificentes era el de Víspera de Todos los Santos y Todos los Fieles Difuntos. "En su versión colonial se extendía a lo largo de dos días", apunta el autor.
Tanta fue la exuberancia campanística, que en 1795 el obispo Francisco Marán la regula con una ordenanza, por "un deseo de austeridad en la liturgia, acorde con la corriente ilustrada de fines del siglo XVIII". Este reglamento fue reemplazado en 1872 por una nueva ordenanza del arzobispo Rafael Valdivieso. "Fue motivada por un problema de ruidos molestos, en un Santiago ya secularizado, donde la publicidad del culto comenzaba a ser fuertemente cuestionada", aclara.
Ya en 1844, "El Mercurio" de Valparaíso había publicado la carta de un "filósofo", que tiene la mala suerte de ser vecino de la iglesia San Francisco, en el puerto.
"¡Hasta cuándo hemos de tolerar este resto de barbarie, y nos haremos cómplices de los vándalos que inventaron ese instrumento eterno de tortura siempre suspendido sobre nuestras cabezas! (...) Aunque me fuera fácil, tampoco entraré a probar que son inútiles del todo las campanas, pues no tengo la pretensión de hacerlas abolir. Esta gloria está reservada a nuestros tataranietos del siglo veinte o veinte y uno a más tardar (...) Que para llamar a los fieles al templo, repiquen hasta venirse abajo las torres, sea enhorabuena (...) Pero, ¡por Dios! ¿Qué tenemos que hacer con el rezo de maitines a que son llamados exclusivamente los frailes de San Francisco?", escribe.
Como en paralelo se masificaron tanto el reloj como los periódicos, las campanas perdieron esas funciones prácticas y así, en la segunda mitad del siglo XIX, entran en crisis, y sus toques se vuelven más lentos y más simples.
Chilenos desafinados
En los ocho capítulos de "Con mi voz sonora..." el autor logra un relato sumamente entretenido porque combina datos duros -fechas, asuntos técnicos y nombres- con testimonios de observadores extranjeros, recortes de prensa y un agudo sentido del humor. Además, genera suspenso con las paradojas que va anunciando y resolviendo.
Entre los mitos que Sato derriba está la idea de que la mayoría de nuestras campanas son importadas. Por el contrario, los fundidores llegaron tempranamente, y lo comprueba con un contrato fechado en 1592 que encarga al maestro Diego Sánchez Miraval una campana para el convento mercedario. En esos años había en Santiago 30 herreros y la campana más antigua que se conserva es del siglo XVIII y de cobre. Además de recorrer los talleres más relevantes, como el jesuita de Calera de Tango, revisa la etapa industrial de fundiciones inauguradas desde 1870 por inmigrantes europeos, como "Küpfer" o "Puissant".
Pero ni la fabricación industrial, con su acabado más fino, cambió nuestro concepto sonoro de las campanas, que es desafinado, y que heredamos directamente de los colonizadores españoles, a diferencia de las tradiciones de campanas afinadas de los franceses, alemanes e italianos, conocidos como "concierto" o "carillón".
"Los fundidores españoles concibieron la campana como un instrumento de comunicación, no como un instrumento musical, que es como se entendió en otros países europeos. Para los españoles era más importante el tamaño y el peso que la relación melódica de las campanas. Desde luego, eso se transmitió a América, y acá, por razones contextuales, la campana se volvió aun más descuidada en ese aspecto. En muchos casos, el sonido de esas campanas debe entenderse como un resultado azaroso del proceso de fundición", apunta Sato.
"Solo nos quedaba el ritmo como recurso musical, y ese elemento contribuyó a crear toques como los repiques, que permiten un gran despliegue creativo por parte de los campaneros", dice.
Así, dos campaneros tocan de manera alternada y rítmica, desafiándose. Pero sin cometer errores: si su toque salía irregular, o se atrasaba, debía pagar multas con su exiguo salario.
Aunque a Chile llegaron campanas importadas diseñadas para ser un consort , nunca sonaron como tal. "El Mercurio" de Valparaíso anunciaba en 1887 el arribo de un juego de cinco campanas francesas para San Agustín, "armónicamente afinadas y dotadas de yugos para tocar al estilo 'Lancé'". Con ellas, se introduciría en Santiago "el sistema de repique con armonía, o sea, carillón". Estas piezas reemplazaron a sus antecesoras fundidas en 1730. "Pero la tradición colonial no se dejó borrar tan fácilmente", escribe Sato. Los campanarios eran tan estrechos, que nunca pudieron oscilar, así que quedaron fijas, como sus predecesoras.
Y así, al igual que la gran mayoría de las campanas de Chile y América Latina, se les tuvo que aplicar el toque fijo y no el móvil. El primero es cuando el campanero mueve solo el badajo, es decir, la pieza metálica que hace sonar la campana por dentro. Mientras, en el toque móvil o Lancé , la campana entera se mueve con un yugo, y eso provoca el movimiento del badajo.
Pero solo el toque fijo permite ese virtuosismo rítmico que nos caracteriza.
Lamentable desuso
Eduardo Sato conoce bien la realidad de las campanas históricas de Santiago porque hizo un inédito inventario. "De los 23 campanarios, solo siete mantienen sus campanas en uso. Y casi no hay campaneros; casi todos han sido sustituidos por motores", comenta. Ante eso, en 2012 fundó el Grupo de Campaneros de Santiago, que está muy activo. "Algunos templos, como la Basílica del Corazón de María, la Basílica del Perpetuo Socorro o la Parroquia de Santa Filomena, utilizan alguna campana, pero siempre con toques muy básicos, un porcentaje ínfimo del repertorio. He tenido la gracia de encontrar sacerdotes en San Francisco, Santo Domingo, San Ignacio y el Perpetuo Socorro, dispuestos a recuperar las campanas para ciertas fechas importantes del calendario litúrgico; es decir, Navidad, Semana Santa, Corpus Christi y otras solemnidades. No obstante, el panorama general es de desuso; es un problema de desinterés del arzobispado, que debiera impulsar una reactivación", dice Sato.
Asimismo, recuerda a los restauradores que las campanas son instrumentos idiófonos, es decir, su sonido lo produce su propio cuerpo al resonar. En los últimos trabajos realizados en las torres de la Catedral, en 2015, incomprensiblemente barnizaron las campanas. Y el bronce, cuando absorbe el barniz, pierde su resonancia. "Eso es entender la campana como objeto visual, pero no como instrumento sonoro. Es como lo que ocurrió con las campanas devueltas de la Compañía; fueron instaladas en monumentos donde no pueden tocarse", cierra Sato.
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