El Mercurio
El maestro Kirill Petrenko acaba de conducir una versión sobrecogedora e inusual en términos interpretativos del "festival sacro" de Richard Wagner.
Por Juan Antonio Muñoz H., desde Múnich, Alemania.
El último drama musical de Richard Wagner habla de heridas personales y sociales que no cierran, que se infectan y duelen. El alivio no es milagroso o, más bien, sí lo es, porque la mejoría se logra solo a través de la piedad, que viene a iluminar la pureza de "un tonto".
Friedrich Nietzsche, tan cercano al compositor durante mucho tiempo, describió "Pársifal" como una obra que rinde tributo a un ascetismo "degenerado y absurdo", pues consideró que elogiar a un héroe que vence porque renuncia a su instinto sexual no es más que un síntoma de decadencia y debilidad. Hay muchos que dicen que la supuesta cristianización planteada es una suerte de salida de última hora de Wagner, que transitó por la vida dando cuenta de contradicciones en todo orden de cosas. Pero lo cierto -si es que hay algo aquí que pueda ser declarado "cierto"- es que en "Pársifal" se da una síntesis de conceptos religiosos e ideológicos, unidos tras la búsqueda del amor-misericordia, que según la historia es lo que redime y libera a las figuras atormentadas que comparecen en escena: Amfortas y Kundry. El encargado de restaurar lo perdido es Pársifal, el "tonto-puro".
El Festival de Ópera de Múnich es lo mejor del verano musical europeo en la actualidad y esta versión de "Pársifal" agotó los tickets con mucha antelación, porque coincidían en ella Kirill Petrenko, quien acaba de ser nombrado sucesor de Simón Rattle al frente de la Filarmónica de Berlín; el legendario artista alemán Georg Baselitz, y el mejor elenco de cantantes posible de imaginar en nuestros días.
Aunque las pifias a la puesta en escena pudieron desequilibrar la jornada de estreno, en las funciones sucesivas esto cambió, al punto que este "Pársifal" se ha convertido en una leyenda; "una experiencia de vida", como escribió Rupert Christiansen, crítico del diario londinense The Telegraph.
Lo primero es el trabajo del joven director ruso Kirill Petrenko (1972), ovacionado cada noche, meticuloso en la exposición del preludio, página sinfónica de clima inmaterial y enigmático, y también en el tenue crescendo de luminosidad que propone el "Encantamiento del Viernes Santo". Su enfoque no es el tan habitual de contrastes entre lo tenebroso/fatal y la claridad extática, sino que optó por una llegada más dulce y suave, de ternura casi carnal, transformando la partitura en una extensa y liederistica súplica por la piedad, a través una fluidez lírica inagotable.
Prodigiosamente, Wagner se escuchó en Múnich con la textura exquisita de la mejor música de cámara, como un tapiz a la vez extraño, seductor e íntimo, con pausas inesperadas -suspensiones del arco de sonido- que golpeaban tanto al público como a los personajes de este gran misterio que es "Parsifal".
La producción de Baselitz causó controversia y sin duda incomoda, pero es un aporte estético y de contenido, al ofrecer una mirada sombría, medieval y futurista sobre el mundo y el futuro, con el hombre en estado de miseria putrefacta, en languidez perpetua o en avidez repulsiva, donde las órdenes sagradas no están destinadas a los devotos íntegros sino a parias y miserables.
Es verdad que los mórbidos y mofletudos Caballeros del Grial y las envejecidas y voluptuosas niñas-flores resultan algo repugnantes, pero todo eso apunta a develar la precariedad que habita en la naturaleza y en todos los seres de carne y hueso, y que se manifiesta desde el espíritu para terminar en el cuerpo: terrible convicción. De hecho, el esperanzado final más pareció la disolución en la nada que una conquista redentora.
El magnífico elenco hizo el resto, con Jonas Kaufmann (Pársifal) en estado de gracia, volviendo transparente su voz cada vez más oscura, y dibujando las líneas de su personaje que desde la perplejidad inicial alcanza una estatura primero heroica, luego estoica y más tarde sobrenatural. Nina Stemme fue una Kundry emocionante, con su voz enorme plena y una contención escénica admirable. René Pape es un experto en Gurnemanz y sus eternas narraciones surgieron como el calmo y sabio consejo de un maestro. Christian Gerhaher vertió la angustia de Amfortas como si fuera un Lied , con un respeto hierático por el texto. Finalmente, el veneno del pobre y retorcido Klingsor, aniquilado por su propia lasitud, llegó en la voz de Wolfgang Koch.
En "Pársifal" se da una síntesis de conceptos religiosos e ideológicos, unidos por la búsqueda del amor-misericordia.Wagnerse escuchó en Múnich con la textura de una exquisita músicade cámara.
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