El Mercurio
Andrés Yaksic
Interesante oportunidad de conocer esta producción del régisseur alemán Willy Decker, estrenada en Stuttgart hace 20 años. La escenografía de Wolfgang Gussmann podría parecer simplista, pero es sugerente, limpia y busca que el público concentre su atención en un drama que Puccini quiso realista. Brinda esa faceta el bien logrado vestuario, también de Gussmann, que evoca la temporalidad precisa de aquel día de junio de 1800 en que Roma se enteró de la victoria de Napoleón en Marengo. En ese marco minimalista, oscuro y despojado, la iluminación de Ricardo Castro, especialmente interesante en el tercer acto, contribuye a crear los espacios y momentos del drama.
La producción de Decker es en general respetuosa de la pieza teatral de Sardou en que la ópera se basa, así como del libreto de Giacosa e Illica, cuya concisa excelencia suele injustamente olvidarse. El trabajo del repositor Stefan Heinrichs logra extraer de los cantantes su mayor potencial teatral. Nótese, por ejemplo, el gesto de Cavaradossi al caer realmente fusilado, cuando mira por un instante a Floria con la fatal sorpresa de quien había creído en su salvación. O el cuadro de María Magdalena, trasladado al despacho de Scarpia en el Palacio Farnese, lo que admite más de una interpretación.
Esta propuesta escénica funciona ciertamente mejor que muchas transposiciones de cliché a regímenes totalitarios del siglo XX, a las que "Tosca" se presta poco. Probablemente eso explica la buena acogida en Alemania a sus varias reposiciones durante dos décadas.
En su primera interpretación de esta obra, el titular de la Filarmónica, Konstantin Chudovski, prioriza la innovación instrumental de Puccini, poniendo de relieve la complejidad de sus tejidos orquestales, como, por ejemplo, el juego de las maderas, que bajo otras direcciones no pocas veces se pierden en la masa del conjunto. Pone en evidencia que el lenguaje pucciniano es el de un compositor muy al tanto de la avanzada de su tiempo, con Wagner como telón de fondo, Debussy, R. Strauss y Mahler en plena actividad, Stravinsky próximo a despuntar.
La concepción de Chudovsky tiene algo de mosaico y deja algo de lado cierta dulce y fluida italianità que suele asociarse a Puccini en favor de un conjunto sonoro pujante, brioso, incluso tan brutal como la trama lo demanda. Esto no siempre facilita el desempeño de los cantantes en una obra que tanto apela al recitativo más dramático y a muy exigentes ariosos. No obstante, sus volúmenes se apaciguan para dar ámbito de lucimiento a las archifamosas tres arias, en especial el "Vissi d'arte" de la soprano. El coro, en excelente velada, entrega un impactante Te Deum.
La soprano Melody Moore, menos convincente en sus enamoradas y celosas coqueterías del primer acto, destaca especialmente en los pasajes dramáticos del segundo, en el que sus evidentes recursos vocales hacen innecesaria su apelación en "Muori, dannato!" a un parlato que la partitura no prevé. "Vissi d'arte" demuestra sus excelentes medios, su técnica y un fiato fácil y generoso. Probablemente la expresividad de su línea de canto se incremente en futuras asunciones de este rol.
El tenor Leonardo Caimi, un Cavaradossi muy convincente en su despliegue escénico, tuvo un primer acto con algunas debilidades, con dificultad para llegar a los agudos, de acceso a veces algo estrangulado y opaco. Soltándose en el curso de la función, entregó un muy buen tercer acto, con un "E lucevan le stelle" matizado, elegante (sin sollozos agregados) y que entusiasmó al público.
El Scarpia del barítono Elchin Azizov subraya la brutalidad del policía por sobre la hipócrita finura aristocrática del barón. Aunque su volumen vocal es considerable, tuvo -como incontables predecesores-un momento no fácil en el Te Deum, al borde del foso luchando con una orquesta y un coro pujantes.
Correctos todos los roles de apoyo, debidamente trabajados en lo teatral por Stefan Heinrichs: buen desempeño de Jaime Mondaca (Angelotti), Gonzalo Araya (Spoletta) y David Gáez (Carcelero); enérgica interpretación del Sacristán de Sergio Gallardo, que evita caracterizaciones grotescas (pese a que debe ser uno de los sacristanes más maltratados por los esbirros en toda la historia de "Tosca"). Un acierto vocal el Pastor de Constanza Wilson (una niña, en vez de la frecuente soprano adulta), si bien su presencia en el calabozo de Mario, dotada de alas, es el elemento más extraño de esta producción.
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