sábado, julio 28, 2018

Escrito por la historiadora Marianne Rippes Payadores de la ciudad: libro recorre medio siglo de canto y poesía

El Mercurio

La investigación , que obtuvo el Premio Fidel Sepúlveda, pone el foco en la presencia del oficio en los ambientes urbanos. 

IÑIGO DÍAZ
Los epicentros más conocidos en el canto a lo poeta son zonas suburbanas como Pirque, el antiguo Puente Alto o la laguna de Aculeo. También campos de Melipilla e incluso la precordillerana Lo Barnechea. Poco se ha divulgado acerca de la actividad de los payadores metropolitanos en Santiago, en el centro mismo de la ciudad, donde la historiadora Marianne Rippes (27) localiza un espacio clave en la historia.

"A pasos de Plaza Italia se encontraba el Centro Cultural del Banco del Estado, donde a partir de 1995 se realizaron ciclos de payadores como no se habían visto antes. Todos los viernes de agosto, y eran muy masivos. Fue todo un logro de los cultores que en ese tiempo estaban agrupados y marcó un momento en la época", anota Rippes.

Autora de "El oficio de los payadores: Desarrollo de comunidad, identidad y profesión de los cultores chilenos de la zona central, 1954-2000" (Ediciones Biblioteca Nacional), la investigación obtuvo el premio estatal Fidel Sepúlveda, que destaca rescates y puestas en valor de patrimonios inmateriales.

Aquí, los testimonios del septuagenario Luis Ortúzar (el "Chincolito de Rauco"), Guillermo "Bigote" Villalobos, Francisco Astorga, del Romeral del Pilay; Alfonso Rubio, de La Puntilla de Pirque y Manuel Sánchez, criado en Lo Barnechea, son principales.

Caminos que se abren

"La creencia es que estos cultores solo se encuentran en los campos de Chile. No es absolutamente así. Pretendo desmitificar aquello, porque existe un elemento urbano importante en esa práctica, que se dio ya desde 1954 cuando se realizó en la U. de Chile el Primer Congreso Nacional de Poetas y Cantores Populares de Chile. Un hito que permitió reflexionar sobre el oficio, la poesía y el rol que tenían en la sociedad", dice Rippes.

De paso, ella observa la paya como un arte autónomo del canto a lo divino y del canto a lo humano. "Allí los versos son conocidos, se van heredando y transformando. La paya, en cambio, es siempre improvisada, entre dos o más cultores y mucho más urbana que rural", precisa.

En ese sentido, se advierten las decididas estrategias de la asociación gremial Agenpoch de concretar sus propósitos en los ambientes urbanos en los años 90: "ir a la conquista de Santiago", decía el cantor Camilo Rojas, y "traer la paya a la mole de cemento", anota el locutor Yerko Hromic.

Pero mucho antes, los payadores se habían vinculado con los contextos urbanos. La errabunda y mitológica figura de Lázaro Salgado recorría el centro de Santiago, aparecía por el Paseo Ahumada o en el Mercado Central, improvisando con guitarra. En tiempos de la UP, se vincularon a las peñas de la Nueva Canción Chilena. Cuando eso ocurrió, Violeta Parra ya había recogido el canto a lo poeta y lo había difundido a través de la radio. Más tarde, durante la dictadura, los payadores también se abrieron paso entre los espacios del Canto Nuevo.

"Es la época en que Pedro Yáñez, Santos Rubio, Benedicto 'Piojo' Salinas y Jorge Yáñez comienzan a llevar la paya a los escenarios. En 1980 realizaron su primera presentación como Agrupación Críspulo Gándara en el Teatro Ópera, en pleno centro de Santiago", dice Rippes, quien concluye: "Ellos se relacionaron con el mundo académico y con la cultura popular mediática. Lograron entrar en lo urbano y siguen allí, ahora como artistas. Para mí, no existe tradición y modernidad. Ambas son lo mismo, porque la paya no está anclada en un pasado, sino que es un arte que se sustenta en el presente".

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