domingo, noviembre 25, 2018

Luis Orlandini: "Hemos bajado el nivel cultural y eso es grave"

El Mercurio

El destacado guitarrista y actual decano de la Facultad de Artes de la U. de Chile, realiza un balance de su carrera y se explaya en torno a los desafíos de la actividad musical en el país, partiendo por la educación que -a su juicio- requiere de mejores herramientas y enfocarse en la calidad. 

Maureen Lennon Zaninovic
Exalumno del legendario maestro Ernesto Quezada, Luis Orlandini (1964) sin duda es un nombre de referencia en el mundo de la guitarra en nuestro país. El músico ha recibido los premios "Domingo Santa Cruz", en 1999, y "Presidente de la República", en 2007, además de importantes distinciones en Europa. Junto con ello, es miembro de número de la Academia de Bellas Artes, profesor titular en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile y docente también en la UC; y hace cinco meses fue elegido decano de la Facultad de Artes de la Casa de Bello, cargo que ejercerá por cuatro años.

El 2018 ha resultado particularmente intenso para este intérprete quien, además, es reconocido por sus pares y la crítica especializada como formador de numerosos instrumentistas y difusor de la música latinoamericana: en alrededor de tres décadas de carrera ha estrenado más de 150 obras nacionales. El pasado martes -junto a Romilio Orellana (1970)- cerró la segunda edición del Ciclo de Guitarra Clásica que él organiza en la Sala Arrau del Municipal y el viernes, en la Escuela Salvador Sanfuentes de Santiago, ambos dieron inicio a la serie de conciertos gratuitos "Dos guitarras dialogando con la juventud". También este año Luis Orlandini postuló al Premio Nacional de Artes Musicales que, finalmente, fue adjudicado al compositor chileno radicado en Alemania Juan Allende-Blin (1928). "Por ahí, alguien me animó a presentarme y dije por qué no. Fue una postulación personal", adelanta a "Artes y Letras" en su amplia oficina de decano, emplazada en la sede de la facultad, en la calle Compañía. Añade que al revisar todos los candidatos resulta irrefutable que "la gran mayoría eran mayores, artistas de mucho recorrido y, la verdad, tenía claro que mi postulación en ese contexto sería más bien testimonial. En general se premia a gente mayor, muy mayor (enfatiza): el caso más dramático fue el de Vicente Bianchi. Creo que es muy bueno que quien gane el Premio Nacional de Artes Musicales todavía tenga mucha vida creativa por delante, mucho por entregar. También hubo un fuerte movimiento de artistas que criticó que el premiado no viviera en Chile y eso que la mayoría de los postulantes sí se encuentra radicado en este país".

Una sociedad que no despega

Otro de los aspectos biográficos que se ha destacado de este artista y docente (casado desde hace 26 años con la directora de coros Marcela Canales y padre de un hijo violinista) es el hito que alcanzó, en 1989, tras ganar el primer lugar del Concurso de la Radio ARD de Münich, en Alemania.

"Me tocó a mí, en alguna medida, abrir puertas para otros músicos nacionales. El Concurso de la Radio ARD de Münich -hasta el día de hoy- tiene una gran importancia y yo tuve la suerte de ganar. Este triunfo significó romper el mito de que los chilenos somos poca cosa frente al resto del mundo, en parte porque estamos rodeados por la cordillera, y que los argentinos o los brasileños nos dan lecciones. Romper esa barrera no fue fácil, pero era cosa de creer en uno mismo. Pero yo me siento parte de un eslabón. Si no hubiera tenido el impulso de mi profesor Ernesto Quezada, en la Universidad de Chile, no habría llegado a donde estoy ahora".

- ¿En qué consistió el método Quezada?

"No hay un método, más bien diría que esa palabra que se repite muchas veces es un invento. Lo que Ernesto tuvo fue mucha dedicación, una dedicación personalizada de uno a uno, en especial cuando veía en nosotros ganas de hacer una gran carrera y eso se dio con Romilio Orellana, con Juan Antonio Sánchez, con Carlos Pérez y con tantos otros. Él tuvo la virtud de impulsar a varias generaciones y de ir propiciando los éxitos que nos internacionalizaron. Pero también tuvo la no virtud de que muchos estudiantes quedaron en el camino. Extremadamente estricto y selectivo. Tengo mucho aprecio por la labor que hizo, pero también reconozco su lado oscuro. Hay que decirlo porque somos seres humanos y los seres humanos no somos santos. Midiéndolo con los parámetros de hoy, quizás su enseñanza no calzaría. Haciendo un paralelo, sería como el modelo de enseñanza extremadamente estricto y posesivo que tuvo Martin Krause con Claudio Arrau".

-El crítico de "El Mercurio" Jaime Donoso escribió a propósito de su ejecución de "Concierto del Sur", de Manuel Ponce, que como siempre, "el arte de Orlandini pareciera consistir en una virtuosa mezcla de razón e intuición: cada nota pareciera cuidadosamente tamizada por el intelecto, pero finalmente vertida con la máxima expresión emocional"...

"Cuando leí eso, me sorprendí porque nunca me habían analizado de manera tan profunda (risas). Me sentí como pasado por una radiografía. Jaime Donoso tiene razón. Yo creo que la labor del intérprete debe ser esa, por un lado tiene que tener una comprensión intelectual de la obra para después generar un aspecto emocional. Lo emocional es fundamental, pero tiene que estar bien asentado, debe tener raíces sólidas".

-¿Cómo logra compatibilizar la vida de conciertos con el decanato de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile?

"Ese fue mi desafío desde un principio. Yo sabía que este puesto me iba a significar una carga importante de responsabilidad, pero yo me comprometí a que iba a seguir tocando todos los días; y en los meses que llevo en este cargo he cumplido esa promesa. Practico en la mañana muy temprano y en la tarde, y de repente cuando tengo un ratito libre. Tengo guitarras en todas partes (señala un ejemplar que está en su oficina). Lo importante es organizarse".

-¿Considera que hoy la guitarra vive hoy un buen momento en el país?

"A partir de 1989 se produjo un boom y eso hizo que este instrumento se instalara. Ahora como que no nos sorprendemos mucho de nuestra actividad, pero cada año siguen saliendo intérpretes de muy buen nivel, que ganan los concursos internacionales. Ignacio Barra se impuso en el último Certamen Llobet, en Barcelona, y el Concurso de Ejecución Musical Dr. Luis Sigall, mención guitarra, lo ganó en 2017 Emmanuel Sowicz. Hoy se ven muchos más conciertos de guitarra, presentaciones con orquestas o formatos de recitales de música de cámara como el de la Sala Arrau, pero también hay interés por rescatar -de manera más permanente- otros importantes certámenes como el Liliana Pérez Corey y consolidar encuentros como Entrecuerdas. También ha sido clave que se han roto los paradigmas entre música docta y popular y eso es muy sano para la guitarra".

-¿Cuál es su mirada de la actividad cultural en Chile? ¿Tiene críticas?

"Tenemos varias tareas fundamentales. A nivel de la sociedad, si queremos que esta realmente cambie, debemos cambiar la educación. La educación tiene que mejorar en calidad, entregarles mejores herramientas a los profesores e integrar aspectos que hoy no integra, como las artes. Soy un convencido de que las artes son un agente de cambio. Hoy estamos atrapados y no veo decisiones políticas correctas. Después de casi treinta años de democracia, aún estamos discutiendo si el país puede llegar a ser desarrollado solo con el 0,36 por ciento del PIB para ciencias y tecnología. Quieren ciudadanos ilustrados y felices, o quieren ciudadanos competitivos o estresados. Hemos bajado el nivel cultural de Chile y eso es grave. Se nota. En otros países desarrollados, el artista de cualquier disciplina es valorado. Acá es valorado pero con una mirada un poco superficial, como algo interesante, bonito, pero no en su real dimensión. Eso nos revela que estamos en una sociedad que aún no despega".

-¿Hay una falla en el Estado?

"Faltan políticas de Estado bien enfocadas y que nuestros políticos dejen de pelearse por tonteras. Se llevan haciendo interpelaciones y el ciudadano que no tiene posibilidades de surgir, siempre queda en un segundo lugar. Me refiero a la clase media baja. Para mí, otro botón de muestra del desarraigo entre los gobiernos y los agentes de la cultura es, por ejemplo, el Instituto de Chile. Se trata de un organismo creado por el Estado y que contempla seis academias. Yo soy miembro y me siento orgulloso de que estas academias permitan hacer una reflexión profunda de lo que sucede en el país, para también proyectarlo; y ahí está Instituto de Chile, prácticamente abandonado, y se le reducen recursos paulatinamente. Muy lamentable. Por otra parte se han hecho teatros maravillosos: chicos, medianos y grandes, de todo tipo. Conocí el de Biobío y es increíble. El problema es que estamos llenos de elefantes blancos sin financiamiento. Lo que faltó -junto con la infraestructura- fue contar con el financiamiento o un plan de gestión o la combinación de ambos, porque no se puede confiar en que solo por Ley de Donaciones Culturales se van a poder captar todos los recursos, porque el empresariado no aporta mucho a la cultura. El gobierno de turno o el que venga debe ayudar a que el Estado y los privados trabajen de manera mancomunada. Es fundamental que el Estado sea catalizador".

"Quieren ciudadanos ilustrados y felices, o quieren ciudadanos competitivos o estresados".

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