El Mercurio
Juan Antonio Muñoz H.
Finalizando la temporada lírica 2018, volvió "Norma" (Bellini, 1831), que no subía a escena en Santiago desde el año 2000, aunque el Teatro Municipal de Temuco la presentó en 2012. Ópera de enormes dificultades, llegó esta vez en un espectáculo con aspectos de gran atractivo no exentos de controversia y con un conjunto de voces poderosas no del todo adecuadas a este repertorio.
El maestro Konstantin Chudovsky, al frente de la Orquesta Filarmónica, ajeno a las sutilezas bellinianas, condujo la partitura sin la inspiración necesaria para esta música que sigue los esquemas del primer romanticismo. Optó por tempi rápidos en la obertura, lo que pareció conducir a una versión enérgica, sin embargo en "Casta Diva" ralentizó todo hasta lo indecible, y desde entonces su batuta fue exterior y poco orgánica, con golpes de efecto que no permitieron atender la cuidada instrumentación y la riqueza melódica. Esto, salvo en el interludio que precede al segundo acto, donde las cuerdas graves pudieron lucir color e intención dramática. El ampuloso sonido dominante sirvió para la gran escena final, que es uno de los momentos de mayor impacto de la ópera italiana del siglo XIX. Chudovsky contó con la sólida y comprometida participación del Coro del Teatro Municipal (dirección de Jorge Klastornick).
Al término hubo un fuerte abucheo para la puesta en escena: el público no parece dispuesto a ver trasladada la acción de la ópera a otro tiempo. Sin embargo, la producción de Francesca Zambello tiene elementos interesantes, como la monumental escenografía (Peter J. Davidson), con ecos del Panteón romano e interiores napoleónicos; el árbol sagrado, cuyas raíces gobiernan la acción; el vestuario (Jennifer Moeller), que mezcla referencias a los druidas, a los trajes militares del período de Regencia con toques "a la romana" e incluso guiños a los prerrafaelitas, y la iluminación (Mark McCullough), notable durante el aria de entrada de Norma, de un plateado lunar, y en el último acto, con los hornos de reverbero convertidos en hoguera. El trabajo de actores fue pobre y convencional, anticuado además, y tampoco ayudó el baile de las acompañantes de Norma, que resta solemnidad y seriedad al momento.
La idea de Zambello tiene que ver con cómo se cruzan las centurias y las creencias en esto de la ocupación militar; la rareza es que el tiempo mental no cambia con el traslado visual a este mundo del siglo XIX, de manera que los galos ataviados como campesinos franceses del 1800 mantienen creencias en el escudo de Irminsul y en los poderes sagrados del muérdago... En fin, cosas del teatro que -atención- sirven para mover y complejizar la imaginación, lo que, guste o no, está muy bien.
Encontrar un elenco para cantar "Norma" hoy en día es una ardua tarea. Siempre lo ha sido, pero hoy, incluso entre las estrellas de la ópera, no hay muchos que puedan asumir las partes principales de este título. Irina Churilova es una muy buena soprano lírica, con voz de gran tamaño, que le permite llegar al Do agudo en forte sin dificultad y que puede hacer hermosos pianísimos, pero no es el material adecuado a Norma. En su caso, el fraseo y el recitativo belliniano son tareas pendientes, al igual que la llegada profunda al personaje. El tenor Sung Kyu Park (Pollione) tiene una voz también de considerable volumen y de color brillante, pero su canto suele ser descontrolado y sin matices. Oksana Sekerina, lo mejor del reparto, ofreció una Adalgisa en versión soprano, tal como en el original; la artista lució seguridad, elegante presencia y una inmaculada línea de canto, a pesar de algunas estridencias en el extremo agudo. El bajo Ievgen Orlov no tiene la amplitud que pide Oroveso y su emisión definitivamente no es belcantista. Afiatados y musicales lucieron la mezzosoprano Evelyn Ramírez (Clotilde) y el tenor Pedro Espinoza (Flavio). No se incluyeron en el programa de mano los nombres de los niños que encarnaron a los hijos de Norma y Pollione, que cumplieron muy bien con su cometido.
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