El Mercurio
Andrés Yaksic
"Norma", una cumbre del belcanto romántico y, según el propio Bellini, su obra más lograda, ha vuelto al Municipal de Santiago luego de 18 años, con un segundo elenco de alto nivel vocal. La estadounidense Elizabeth Baldwin, probablemente llamada a ser una Norma de lujo, posee un material vocal poderoso, con fiato extenso y volumen que destaca fácilmente por sobre coro y orquesta. Inicialmente algo insegura, algún agudo del primer cuadro sonó un tanto estridente, problema que fue desapareciendo en el curso de la velada. Su tarea por delante es profundizar el dramatismo en los matices de un rol en el que el público sueña con ver a una gran actriz trágica, además de una gran cantante.
Otro punto alto fue la Adalgisa de la soprano rusa Vlada Borovko, de bello timbre, alta expresividad y buen manejo de los piani . Ambas cantantes entregaron encomiables dúos, particularmente el dificilísimo "Sì, fino all'oreestreme" del segundo acto. El tenor ruso Kirill Zolochevskiy es un Pollione más lírico que heroico, con una voz agradable, pero desempeño dispar, con pasajes sin mayor proyección ni brillo. El bajo Önay Köse, un Oroveso de presencia escénica imponente, enaltece un papel sin oportunidades de lucimiento con una voz solemne, bien proyectada y de notorio color eslavo. Destacaron los chilenos, el tenor Rony Ancavil, un excelente Flavio, y la mezzo Evelyn Ramírez, una sólida Clotilde, rol que interpreta en ambos elencos.
La propuesta escénica, a cargo de la connotada regista Francesca Zambello, es desconcertante. La transposición a la Francia decimonónica no agrega nada valioso al mundo de los druidas en la Galia del 50 a.C., con el cual el libretista Romani inspiró a Bellini. Múltiples situaciones de su régie afectan la coherencia de la trama; como un ejemplo entre muchos, cuando Flavio advierte a Pollione del peligro que corren frente a los galos, eso tiene sentido en el libreto, porque ambos están solos, pero resulta absurdo si, a pocos pasos, los resguardan sus legiones.
Con todo, en lo visual hay logros estéticos. La escenografía (Peter J. Davison), aunque incongruente con el argumento, es grandiosa. El bosque sagrado es aquí una especie de templo romano en hibridación, con una estación de trenes del siglo XIX que se proyecta hacia un costado, dejando entrever altísimas columnas con capiteles corintios finamente trabajados; al parecer, eso representa el mundo exterior dominado por Roma, pero intriga que galos y romanos entren y salgan sin lógica perceptible. En ese marco poco inteligible, la magnífica iluminación de Mark McCullough, en constante movimiento, profundiza el clima emocional, como la intimidad en "Casta Diva" o la agresividad en "Guerra, guerra!". El bien cuidado vestuario (Jennifer Moeller) es acorde con la transposición, y las variaciones para la protagonista aluden a las cambiantes situaciones que ella enfrenta.
La Orquesta Filarmónica, dirigida por Pedro-Pablo Prudencio, entregó en fortissimo una obertura vertiginosa, incluso para el etéreo pasaje de "rapto místico" alusivo al dios Irminsul (que no volveremos a oír, porque esta versión omite la coda sobre ese tema tras el coro de guerra en el segundo acto). En contraste, la dinámica durante el resto de la obra ofreció varios tempi algo lánguidos que arrastran un tanto las largas melodías bellinianas. Es valioso que Zambello haya permitido al público escuchar la obertura y la magnífica introducción orquestal al segundo acto a telón cerrado y sin sobreponerle ninguna acción pantomímica; resulta algo infrecuente en nuestros días. Una vez más, el coro tuvo un desempeño excelente.
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