Gonzalo Saavedra
El Divertimento en Re mayor para cuerdas K.136 (1772) se toca en Chile por lo menos un par de veces al año. Tal vez la más memorable versión del último tiempo es la que hizo la Orquesta de l'Arte del Mondo en 2014 en el Teatro del Lago de Frutillar. Eso hasta el jueves pasado, cuando la legendaria Orquesta de Cámara de Viena sorprendió a un Teatro CorpArtes a tope con un sonido tan brillante, tan ligero y dramático a la vez, que esa primera impresión se quedará también inscrita como uno de los mejores dones recibidos. En las buenas manos de su director, Stefan Vladar, el conjunto dio cuenta de esta obra alegre pero nunca despreocupada: hay exquisitas sorpresas melódicas y armónicas desde los primeros compases, bien destacadas por el director con un fraseo impetuoso. Gran comienzo.
El mismo Vladar se puso al piano para el Concierto Nº 12 en La mayor, K. 414 (1782). El director y pianista volvió a mostrar el control sin aspavientos en esta partitura que el mismo Mozart describía muy elocuentemente como "un feliz punto medio entre lo que es demasiado fácil y lo que es demasiado difícil", con pasajes de los que "solo los conocedores pueden obtener satisfacción, pero escritos de tal manera que los menos formados no puedan dejar de estar satisfechos, aunque sin saber por qué". ¿Qué mejor resumen de su arte? Vladar, que en los pasajes puramente orquestales tocó también en el piano las partes de los oboes y cornos faltantes, hizo una aproximación muy pulcra, salvo en las cadenzas y en sus cercanías, en las que mostró un poco frecuente ensimismamiento, con pausas dramáticas y resoluciones demoradas. Se entendieron mejor esos gestos con el encore que ofreció luego de las ovaciones, la Consolación Nº 3 en Re bemol mayor (1850) de Liszt, con tempo bien rubato , que es en sí mismo un motivo en este tipo de piezas.
Para el final, el arreglo para orquesta de cuerdas de Mahler del Cuarteto Nº 14, "La muerte y la doncella" (1824), de Schubert. Nadie querría dejar de escuchar este monumento en su forma original de dos violines, una viola y un chelo, pero la transcripción para un conjunto más numeroso, en este caso ocho violines primeros, seis segundos, cuatro violas, tres chelos y dos contrabajos, le otorga un nuevo dramatismo. Aquí los vieneses mostraron concentración y arrojo: desde el comienzo al unísono, impresionó el despliegue que puede alcanzar esta obra, más que en puro volumen, en el sonido enriquecido por la línea de los bajos, que agregan una profundidad muy bienvenida. Eso se notó, entre otros pasajes, en la penúltima de las variaciones del segundo movimiento y en el último, cuya tensión apresa y no suelta literalmente hasta la última nota.
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