El Mercurio
Jaime Donoso Arellano
El viernes, en el Teatro de la Universidad de Chile, la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, bajo la dirección de José Luis Domínguez, rindió un tributo a la señera figura del compositor nacional Enrique Soro (1884-1954), influyente figura, como compositor, pianista y maestro, en las tres primeras décadas del siglo XX.
El estreno mundial de "Aire para Soro", de Andrián Pertout, chileno radicado en Australia, abrió el programa. La obra fue encargada por la orquesta para esta ocasión y es una versión "telúrica" de una cueca, en la que hubo hasta gritos y palmas de los músicos y donde se alternan las secciones forte , fuertemente rítmicas, con interludios tranquilos con ideas revestidas de "modernidad". Abundan los unísonos doblados en las diferentes familias orquestales, que acusaron permanentes tropiezos de coordinación y afinación.
El programa continuó con "Más allá de la muerte" (1923), del compositor y chelista Luigi Stefano Giarda (1868-1952). Giarda, nacido en Italia, se instaló en Chile en 1907 como profesor del Conservatorio Nacional y contó entre sus alumnos a Pedro Humberto Allende. La composición oída es descrita por su autor como "poema sinfónico", pues hace referencia a un texto (suponemos que de autoría del compositor) que habla sobre el delirio, la muerte y la posible vida en el más allá. El texto es trascendentalista y la música, que revela gran oficio y posee algunos originales momentos (el oscuro pasaje para chelos y contrabajos al inicio del tercer movimiento), también pretende serlo. La idea del aferramiento al cuerpo, el fin de la vida y, sobre todo, la duda eterna ("¿será posible correr el velo?") se ve realzada en el tercer movimiento por la participación de las voces. La Camerata Vocal Universidad de Chile, que dirige Juan Pablo Villarroel, cumplió su cometido con su calidad acostumbrada en una breve participación, que concluyó con un final abrupto y desconcertante.
El Gran concierto en Re para piano y orquesta de Enrique Soro contó como solista a María Paz Santibáñez, pianista de reconocida trayectoria. La obra, con claras reminiscencias de Schumann y, ocasionalmente de Liszt (la cadenza del tercer movimiento), representa, en gran formato (casi una sinfonía con piano), el amplio gesto romántico del solista héroe en confrontación con la orquesta. En este caso, dada la grandilocuencia de la orquesta, la confrontación fue desigual y la orquesta engulló al piano en casi todo el concierto. Solo en la cadenza solística la pianista pudo, con mayor brío y arrojo, exhibir sus condiciones. La batuta de Domínguez fue clara y correcta.
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