La Tercera
La hija de Violeta irá tras el galardón que históricamente le ha sido esquivo a la música popular y que ha recaído en solo tres mujeres. Además, habla de las obras de su madre que aún permanecen en las casas del antipoeta, y que reclamó hace dos meses: “Estamos en una postura de unirnos”.
Por Pedro Bahamondes
Solía ser la más silenciosa del montón. “La pesaíta que pasaba de largo y sin saludar” y, también, la más solitaria entre los Parra. “Siempre he sido muy sola. Esa es mi premisa”, dice Isabel, la mayor y única hija viva de Violeta, y una de las voces de la Nueva Canción Chilena. Con ese mismo tono, entre dulce y nostálgico, agrega: “Cuando digo que me siento sola no es que me sienta abandonada ni que no me quieran. Pero tengo certeza de mi soledad y no me duele. Vivo con ella y hasta la quiero”.
Está sentada en una oficina del museo que lleva el nombre de su madre. De chaqueta de cuero y una falda tejida y que apenas deja ver sus pies, casi ni se le notan 78 años encima. Tampoco ha perdido energía, dice: durante todo el año pasado, para el centenario de Violeta Parra, se la pasó haciendo y rehaciendo maletas, y subiendo y bajando de aviones. “Fue intenso, trabajamos mucho y personalmente quedé muy contenta con todo lo que ocurrió. Hubo cosas rescatables y serias, y el balance en general es positivo. Pero también las hubo al lote y con cierto aprovechamiento, como la biografía que publicó Víctor Herrero (Después de vivir un siglo). Estaba solo llena de anécdotas y eso no profundiza ni aporta, por eso sigo esperando el gran libro sobre la Violeta”, opina sobre el libro en el que no colaboró.
El presente sigue igual de movedizo para Isabel Parra. Anoche, la cantautora, ex dueña de la popular peña en calle Carmen y compositora de “Ni toda la tierra entera” (1975), himno del exilio y al que ella llama su “sinfonía”, inauguró en Rancagua una gira que la tendrá junto a Inti Illimani en otras cuatro ciudades del país: Curicó, Linares, Valparaíso y Santiago. En paralelo, Cecilia García-Huidobro, directora del mismo museo ubicado en Vicuña Mackenna, acaba de postularla nuevamente al Premio Nacional de Música, que se fallará antes de octubre y para el que ya suenan otros 10 nombres, incluidos los de Sylvia Soublette, Roberto Bravo, Horacio Salinas y Patricio Manns.
“Es un tema complejo e ingrato para mí. Me he informado mucho sobre este premio, que fue creado en 1942 para proteger a los artistas que ya no tienen la capacidad de sustentar sus vidas, enfermedades y carencias. Visto así, no entiendo cómo hasta ahora, que ha pasado un gobierno tras otro, ni uno se preocupó de este sectarismo y menosprecio por la música popular”, comenta. “Y entre todo ese ninguneo están las mujeres. Solo tres lo han ganado, como Margot Loyola (1994), pero es vergonzoso. Y para qué recordar el caso de la Mistral, ¿no?, mucho menos se lo iban a dar a la Viola. Así las cosas, el Premio Nacional nunca ha sido democrático; es sectario y antimujer”.
–¿Por qué aceptó ser postulada?
-Quiero saber cómo fue preparado este suculento plato que es el Premio Nacional. Qué ingredientes lleva y con qué lo aliñaron, si con mucho ají o mucha azúcar, pero descartando a la mujer y a todo un grupo de artistas. El error aquí está en creer que hay música culta e inculta, académica y popular, y que solo la primera tiene valor. Entonces, es una humillación para varios de nosotros, como dijo la Diamela, y por eso estoy de postulante. Además, sé que no me quieren nada. Digamos que es mi derecho a pataleo.
La misma sombra
No hace mucho le quedó dando vueltas la imagen de un grupo de niños que recorría el museo. “Una niña cantaba Run Run se fue pal norte, y otro chiquitito que andaba con su mamá se me acercó. No tenía más de 5 o 6 años, me saludó y preguntó por qué mi mamá se había suicidado. Yo me quedé helada, la verdad, pero preguntó con tanta ingenuidad que le dije: yo no lo sé muy bien, pero creo que ella tenía mucha pena”, cuenta Isabel.
–¿Qué le contestó el niño?
-Inmediatamente me preguntó por qué no la había consolado, y no supe qué más decir. He estado siempre cercana a la muerte, pero no sé cómo lidiar con esas sombras. Todas esas respuestas están en las obras de la Violeta, en sus canciones, en sus pinturas. En todo.
–Ud. suele referirse a su madre como “la Violeta” o “la Viola”. ¿Qué tan suya siente hoy a Violeta Parra, siendo el ícono popular que es?
-La Violeta es lo que yo más tengo. Para mí es de mi propiedad. Es mía y también del Angel, de la Carmen Luisa (fallecida en 2007) y de mi hermanita que murió güagüita (Rosita Clara). Por eso nunca hemos vendido ni un solo cuadro suyo, y yo pude haber sido evangélica, machi y modista, pero a nosotros ella nos llevó por otro camino, que es la música. Ella inventó esta garganta que tengo, pues traía la música en su sangre. Pero de toda esa familia desordenada quedé yo no más.
El 11 de marzo del 2017, un llamado desde París la puso al tanto de la muerte de su hermano Angel a los 73 años, víctima de un cáncer pulmonar. “Fue tremendo y se agregó a ese dolor de orfandad que hace años siento”, relata. En la que fue su última visita a Chile, a comienzos del año pasado, el cantautor estaba solo en su casa en la calle Arturo Claro, en Providencia. Isabel fue a visitarlo. “Casi no conversamos. Ya estaba muy deteriorado, decaído y flaquito. Supe que era nuestra despedida, y toda esa sensación de quedarme sola y de perderlos a todos reapareció y siguió con la muerte de mi tío Nicanor”, el 23 de enero pasado.
–¿Cómo ve hoy a la familia Parra?
-No podría decirte que somos una familia aclanada, ni yo misma soy de choclones. Más bien somos separatistas (ríe). Los achoclonados fueron los tíos, mi abuela con sus hijos. Pero con nosotros pasó otra cosa. Tuvimos otra vida. Viajamos muy tempranamente y eso puso distancias en las historias de cada uno. Nosotros rompimos ciertos esquemas: mis hijas fueron a la universidad y tuvieron vidas ordenadas y en patota, como yo no la tuve.
En junio, la Fundación Violeta Parra, encabezada por ella, solicitó a través del abogado Jorge Frei “la restitución” de 17 obras de su madre, en su mayoría óleos, que aún permanecen en las casas del antipoeta y que él mismo fue a buscar a Suiza tras la muerte de la autora de Gracias a la vida, en 1967. “Esa disputa está más del lado de los hijos de Nicanor. Ahí hay un desacuerdo que ellos van a tener que solucionar”, comenta. “Ahora, yo he hablado con la Colombina y tenemos muy buenas relaciones. Estamos en una postura de unirnos y considerando la manera de recuperar los cuadros para que estén disponibles en una fundación que ella quiere hacer con el nombre de su padre, y le vamos a ayudar”, cuenta.
–¿Aun cuando las obras no se expongan en el Museo Violeta Parra?
-Por supuesto. Lo importante es que las obras queden a la vista del público, para eso se crearon. Antes, eso sí, habrá que restaurarlas porque no están en buen estado, pero yo creo que vamos a llegar a un buen acuerdo con la Colombina, que es la que toma las decisiones. Como fundación, como familia y yo misma como su prima, estamos haciendo todos los esfuerzos para que todo esto sea transparente y puro.
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