La Tercera
La cantante estadounidense Aretha Franklin, una de las voces más prodigiosas e influyentes de la música popular, falleció ayer a los 76 años. Tras saltar de la iglesia a la radio, se transformó en la reina absoluta de su género musical, dejando decenas de himnos y discípulas.
Por Matías de la Maza
“No conocen nada de mí. Vengo de una familia que reza”. Eso aseguraba Aretha Franklin -en una entrevista con la revista Rolling Stone– haberle dicho a los doctores en 2010, cuando le encontraron un tumor que, según se confirmó finalmente ayer, era cáncer de páncreas, aunque la artista siempre lo negó. Si bien los pronósticos de los especialistas no era favorables, Franklin los desestimó. Y dos años después, ya sin mostrar síntomas de la enfermedad, volvía a los escenarios con su prodigiosa voz de siempre -que nunca pareció verse afectada por la edad- y aquella personalidad tan poderosa y magnética como su garganta.
Pero ese fuego interior se fue extinguiendo en el último año. En 2017, la soberana del soul anunció su retiro parcial de los conciertos, sólo dejando espacio para actuaciones especiales, lo que derivó en un retiro total y la cancelación de una serie de shows este año por sus problemas de salud. En su última aparición pública, en noviembre pasado, su pérdida de peso era notoria.
La noche del domingo pasado llegó la alarma definitiva, con la noticia de que la artista de 76 años se encontraba “gravemente enferma”, rodeada de sus familiares y esperando un desenlace que se preveía próximo. Franklin finalmente falleció ayer en la mañana, según diversos medios norteamericanos a causa de ese cáncer que ella nunca quiso reconocer públicamente. Hasta el último momento sus cercanos llamaron a rezar por ella; una petición que, más allá de las buenas intenciones, era también una forma de celebrar el legado de una artista que transformó la oración en música de masas.
Con la corona puesta
La carrera de Aretha Franklin se explica, en parte, como la síntesis perfecta de sus progenitores: su madre, con quien no tuvo mayor relación y que murió cuando tenía diez años, era pianista y cantante. Franklin aprendería sola a tocar el instrumento. Su padre fue un famoso predicador bautista en Detroit, con conexiones tanto en el mundo de la música como en el movimiento por los derechos civiles afroamericanos.
Así, antes del estrellato, la solista dio sus primeros pasos en la industria grabando los himnos góspel que cantaba en la iglesia que fundó su padre (institución a la que seguiría relacionada hasta el día de su muerte). Pero a pesar de su voz privilegiada, el salto a la masividad sería lento. La artista pasó la primera mitad de los años 60 sin conseguir un éxito radial, tras nueve álbumes editados bajo el sello Columbia.
Fue entonces que llegó 1967, su fichaje por el histórico sello Atlantic y, por sobre todo, “Respect”: grabada originalmente por Otis Redding en 1965, dos años después en la voz de Franklin se transformó en el sencillo más popular a la fecha de la cantante. Fue ella quien le otorgó a la canción sus detalles más icónicos, ausentes en la versión de Redding, como el deletreo del título (“R-E-S-P-E-C-T”), las voces secundarias y unos tonos agudos inalcanzables para el resto de los mortales. La pegajosa pieza se transformó en un himno tanto del movimiento por los derechos civiles como del feminismo. Décadas después, la solista seguiría afirmando que el éxito era la favorita de todo su repertorio: “Todo el mundo quiere respeto. Hasta un niño de tres años lo necesita”.
“Respect” marcó el final de una década en la que Franklin sería coronada por la prensa musical como “Reina del soul”, en una época en que la música afroamericana comenzaba a conquistar las radios masivas en Norteamérica, con artistas como The Supremes, Stevie Wonder y James Brown. Pero la cantante no soltó el cetro, y la racha de éxitos siguió con clásicos como “I never loved a man” (The way I love you), “Think”, “I say a little prayer” y “(You make me feel like) A natural woman”, entre otras piezas que confirman su buen olfato en la elección de repertorio.
Tras un impecable inicio de los 70, su carrera sufrió sus primeras turbulencias a mediados de esa década, con ciertas disputas con su sello. Y aunque tomó nuevos aires en los 80 con sencillos como “Freeway of love”, la diva nunca pudo adaptarse del todo a modas como el disco y el dance ochentero, lo que sumado a su creciente fobia a volar la fueron alejando de las giras y los ránkings. Con todo, logró siempre ir extendiendo su éxito comercial, totalizando una veintena de Grammys y más de 75 millones de discos vendidos a la fecha. En 2008, Rolling Stone la seleccionó como la mejor vocalista de todos los tiempos.
Su último álbum con nuevo material nuevo fue Aretha Franklin sings the great diva classics, en 2014 -el año pasado publicó un disco sinfónico, pero su voz fue sacada de grabaciones de archivo-, donde versionó temas de sus influencias, sus contemporáneas y también sus herederas, con covers de Etta James, Gloria Gaynor, Barbra Streisand, Sinéad O’Connor, Alicia Keys y Adele. Si bien era competitiva con sus contemporáneas -como revelaría la biografía Respect, de David Ritz- y crítica con el pop del siglo XXI, Franklin nunca dejó de reconocer a sus descendientes vocales: fue mentora y principal influencia de Whitney Houston y en sus últimos años manifestó su admiración por figuras como Ariana Grande y Beyoncé.
Para su última presentación, en una gala benéfica organizada por Elton John el año pasado, el hombre de Rocket man la presentó como “la mejor cantante del mundo”. Cuando Franklin tomó el escenario, en una catedral de Nueva York, se veía considerablemente más delgada y desgastada. Una postal algo triste que la diva dio vuelta apenas comenzó a cantar. Falleció casi un año después, pero ese momento, cantando “I say a little prayer”, funcionó a la perfección como cierre de un ciclo, con la Reina del soul terminando su carrera tal como la empezó: en una iglesia y compartiendo con el resto del mundo esa voz divina e irrepetible que la acompañó hasta el final.
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