sábado, septiembre 01, 2018

Paolo Bortolameolli: "Soy una radio prendida"

El Mercurio

Consumidor insaciable de música, amante de Richard Strauss, de Richard Wagner y de Alban Berg, y fascinado por la disonancia y por el acorde Re bemol Mayor, el joven director chileno cuenta aquí cómo llegó a la música y qué es lo que ha encontrado en ella. 

Juan Antonio Muñoz H.
"No quiero ser solo un director de podio. Creo que uno tiene que hacer más. Quiero desarrollar proyectos, influir en el desarrollo cultural, social y educativo, reinventar la música cada día. Quiero hacer todo lo posible para que en una o dos generaciones más el ir a conciertos sea común y no de nicho. ¿Por qué las audiencias de la música clásica no pueden ser masivas?". Así declaró Paolo Bortolameolli (1982), director musical chileno, tras ser escogido como director asistente de la Filarmónica de Los Ángeles. Entre giras con el titular de la orquesta, Gustavo Dudamel, e inmerso en partituras de Mahler, Shostakovich, Bernstein, Berg o Beethoven, el joven talento se proyecta como una voz nueva y fuerte, que piensa la música y la siente, y que espera abrir al máximo el arco sonoro suyo y el de su tiempo.

-¿Qué imagen relacionada con la música surge al evocar su infancia?

"Son dos. Primero mi abuelo, Sergio Leñero, el papá de mi mamá, que era abogado, pero que en el fondo era un músico. Componía, tocaba piano. Fantasiaba con ser director de orquesta. El tata siempre estaba tocando piano, sonatas de Beethoven, preludios de Chopin, Granados, obras de Manuel de Falla... Y yo ahí, debajo del piano, escuchando a mi abuelo tocar la Marcha Turca (Mozart). Esa es una memoria grabada. Me gustaba estar ahí, verle los pies en el pedal... La otra imagen es mi papá, Rodolfo, escuchando ópera. En su casa siempre se escuchaba música, sobre todo ópera, Verdi. Y de hecho mi papá fue el que me llevó de la mano al Municipal muchas veces. Siempre. El primer espectáculo que vi en el Municipal fue 'La Flauta Mágica'. Fue una experiencia 50 por ciento musical y 50 por ciento teatral. Yo quería conocer el escenario por atrás y fuimos, y quedé alucinado con ver cómo se hacía y cuán falso era todo tan de cerca. Me fue alucinante".

-¿Y qué gatilló la pasión?

"El primer impacto musical heavy fue a los siete años, cuando mi papá me llevó a escuchar la Quinta de Beethoven. Dirigía Michelangelo Veltri. Iba preparado. Mi papá me explicó la Quinta; lo que era un movimiento, lo que era una fuga... Habíamos escuchado mucho el último movimiento. Estábamos en el concierto y en la transición del tercero al cuarto movimiento, cuando todo se va a las penumbras y parten los violines y crece esta cosa enorme, me eché a llorar. Nunca antes había sentido una emoción así. Mi papá me tomó la mano y se puso a llorar también. Yo lo miré y literalmente le dije esto: 'No sé por qué estoy llorando si no es tristeza lo que siento'. Mi papá, que conocía a Veltri, me llevó a saludarlo. Cuando lo vi, me puse a llorar de nuevo. Veltri preguntaba qué sucedía. Cuando mi papá le contó, Veltri se emocionó también, me abrazó y me dijo 'bueno, por esto hacemos lo que hacemos'. Ese día me cambió la vida".

-¿Qué signos tuvo ese cambio?

"Me convertí en un consumidor fanático de música, de escuchar muchísima música, de ir al teatro Baquedano todos los viernes, a lo que fuera que tocaran. Iba no más, aunque no supiera el programa. Vivía yendo a la Feria del Disco a comprarme todo lo que estuviera al alcance de mi plata de mesada, o a la disquería Adagio, donde Sergio Gálvez encargaba los discos que no llegaban y que yo quería tener. A veces se demoraban meses. Me acuerdo cundo le pedí el Concierto 3 de Rachmaninoff tocado por Vladimir Horowitz: se demoró 5 meses, yo ya no podía más de la ansiedad. Una de las cosas que a mí me sorprende es no encontrar en los músicos ese mismo fanatismo. Muchos no escuchan música. Yo escucho mucha música y todos los días".

-Aunque es frecuente verlo al frente de obras románticas o clásicas, su espíritu tiendo a asociarlo más con la música del siglo XX. ¿Cómo entró ese virus?

"Creo que tiene que ver con la ópera. Es un recuerdo mío de cuando estaba un poco más grande. Fue muy potente. Lo que se escuchaba en la casa era Verdi y la Callas, también Bellini y Rossini. Y está bien, a mí me gustaba, pero no me trastornaba. La primera ópera que me trastornó -debo haber tenido como 12 años- fue 'Elektra'. Rayé. Caí en trance con 'Elektra' y de ella pasé a Wagner y me puse wagneriano. Era súper chico, pero me hizo tanto sentido: las disonancias, la tensión, incluso las cosas románticas que tiene. El reconocimiento de Orestes es de una belleza... Y esa frase que ella le canta a Agamenón. Es que Richard Strauss es magnífico. Mis tres óperas favoritas de la vida son 'Tristán e Isolda', 'Elektra' y 'Wozzeck'. Reconozco que soy un poco rayado. También ahí están 'Pársifal' y 'Pelléas et Mélisande', aunque son obras más teatrales; en cambio, yo puedo escuchar perfectamente 'Elektra' cuando voy caminando y me emociono igual. Ahora claro, cuando la veo en vivo, 'Elektra' es un mazazo, un combo tan potente que cuando termina uno no puede ni aplaudir, porque la información musical y dramática es demasiada. Es una ópera perfecta. De hecho me gusta más que 'Salomé', que también es una obra fantástica".

¿Existe la música?

-¿Sería imaginable para usted desligar la música de la experiencia de vivir?

"No. Realmente no. Imposible. Yo no sé si todo el mundo lo vive igual, pero yo la vida la veo a través de la música. Es como un prisma. Para mí la música es una manera de decodificar los códigos de la existencia, porque la música es más compleja y completa que los sonidos. No es solo un fenómeno acústico. Es una fotografía de un período, una radiografía de la psicología de una persona, obviamente también es el reflejo de la estética de una manera de entender el mundo socio políticamente, culturalmente. No porque uno ame con locura a Gustav Mahler significa que uno se quedó pegado en la Viena de comienzos de siglo XX o en el late Romanticism sino que es, a la vez, una ventana a la psicología de este personaje tan humano, con tantos temores e inseguridades, con tantas angustias que uno es capaz de reconocer. Cuando se escucha su música de esa manera, hace completo sentido eso de que la música no tiene un tiempo. Pero a la vez, también se puede entender la decadencia del vals, la Austria viniéndose abajo antes de la Primera Guerra, cómo la sensibilidad de un artista puede pronosticar lo que se viene a la vuelta de la esquina... La música puede ser tremendamente atemporal y temporal, y eso yo lo extrapolo a la cotidianeidad: así es el mundo, el mundo avanza y a la vez se estanca. Aunque parezca súper contradictorio, hay un desarrollo permanente unido a una pausa permanente".

-Como director, además, vive en esta locura de poder "hacer la música". Una suerte de nueva creación, lo que nos lleva a preguntas de índole metafísica.

"Tengo resuelta la divinidad a través del arte. Como todos los adolescentes, tuve una época de gran cuestionamiento religioso. De irme en contra del sistema. Creo que es algo que le ocurre a toda la gente que piensa. Es válido cuestionarse. Otros toman un camino determinado y no vuelven. Mi camino tuvo que ver con la música, con el arte, con descubrir en algún momento que la belleza como concepto y meta de la vida encerraba en sí misma un componente de divinidad que me era muy difícil encontrar en otra parte. Eso al punto de considerar hoy, a los 35 años, que el arte es el más alto logro de la humanidad. El hecho de ser capaces de generar belleza y también de emocionarnos con estímulos tan abstractos. Todavía no puedo entender por qué la música nos emociona como nos emociona si no significa nada. Cómo es que significa tanto algo que no significa nada. O no evidentemente, al menos. Cómo no voy a pensar que eso es divino. El arte para mí es una manifestación divina; el arte en sí mismo, la creación, no el artista".

-¿Porque surge independientemente de la persona que lo produce...?

"El arte se desprende del creador. El creador es el que lo genera y a través de procesos mucho más complejos que la mera intuición o inspiración. Yo sé cómo opera el cerebro de un compositor. Pero aun así, cuando ya el resultado fue, ese algo que después se convierte en un canal de estímulos estéticos que derivan en emoción estética, es algo que escapa de lo humano".

-¿Y cómo es que se logra esa comunicación? ¿Cómo desde el resultado logramos acceder a la emoción?

"La consecución del sonido debe transformarse en emoción para que comunique. Y ahí se encuentra con algo que está más allá de uno. El fenómeno musical, más encima, danza con el fenómeno de la percepción del tiempo y del espacio, porque el sonido es mientras suena y deja de sonar en ese instante mismo. Constatar eso es tremendo. Es lo mismo que cuando uno se pregunta qué es la existencia; si no es el pasado porque ya fue y no es el futuro porque no ha sido, entonces será el presente, pero el presente es un instante y siempre es pasado. Eso a uno lo vuelve loco. La música es exactamente igual. La música existe en una pre-creación conceptual en tu cerebro cuando conoces la obra y sabes lo que viene o cuando lees una partitura y también puedes anticiparte, pero finalmente es lo que es en el instante mismo. Ese convivir con eso, convivir con el tiempo y el espacio es algo increíble. Al mismo tiempo, los músicos tenemos esa cosa tan rara de que podemos palpar y manipular el tiempo. Porque podemos hacer un ritardando o un accelerando . Es la percepción del tempo , que es muy distinta de la percepción del tiempo cronológico. Cuando estás con la música, no eres capaz de saber a qué velocidad va el segundo. Vas con el tempo de la música. Todas esas cosas a mí me parecen increíbles".

-Pensando en la música, podríamos postular, entonces, que quizás todo existe y que quizás nada existe.

"Exacto. Y te das cuenta ahí, en el hecho musical, porque lo oyes. Avanza, es y nada queda. Ni antes ni después. Sin presente. Hay algo que desaparece y aparece a la vez. Me encanta eso. Me trastorna también. Uno como intérprete arma direcciones, genera hitos, tal frase va hacia una parte, todo camina para un lado... Salvo, claro, en la música minimalista, aunque, filosóficamente hablando, la música minimalista es como un mantra que persigue, a través de la repetición, desprenderse del estado de conciencia del tiempo. Me gusta ese concepto: es buena idea que no persiga un clímax".

Un acorde luminoso

-¿Y qué sucede con la capacidad evocadora de la música?

"Yo estoy todo el día escuchando música en mi cabeza. Realmente. Soy una radio prendida. Por suerte no me molesta. Es fascinante que uno pueda escuchar algo que no está sonando. Eso nos sucede a todos. Es hermoso que la música sea un componente esencial de la existencia, que sea el soundtrack de la vida".

-Y termina por ser un complemento del propio cuerpo, del organismo.

"Sí. Absolutamente. Nace de tu organismo y vive en él. El cuerpo incorpora la música. Ahí tenemos la reiteración del ritmo y por qué el ritmo es uno de los parámetros musicales más naturales. Como seres vivos, somos ritmo y canto; está en nuestro origen. Y esa cosa tan misteriosa de la necesidad del canto para comunicarse con una deidad".

-¿Qué sonido siente que lo representa más?

"Difícil decir. Por una parte está la fascinación por la disonancia -pues la disonancia sí me representa-; me gusta la segunda menor, la séptima mayor, el tritono... Siempre disfruto mucho de un sonido que no es esperado y que termina por ser la consonancia más aliviante que existe. Por ejemplo, hay un pasaje en el 'Wozzeck' que yo amo. Es lo más simple del mundo. En medio de la atonalidad del conflicto, en un momento Wozzeck habla con Marie y le entrega el dinero para el hijo de ambos. Es un momento muy breve, de mucha nobleza en el gesto y ese es el único en que toda esa disonancia y toda esa cacofonía se silencia, y por debajo hay un sutil Do Mayor que suena puro. ¡Es bellísimo! Nunca la consonancia sonó más consonante. Ese tipo de cosas también me representan. Hay un acorde que me encanta y no sé si es por cómo suena o por cómo se toca: el Re bemol Mayor. De hecho, en la universidad tenía la idea de hacer una tesis sobre qué era el Re bemol Mayor en la historia de la música; empecé a encontrar tantos ejemplos que de alguna manera se parecían, como que el Re bemol Mayor en Chopin tenía la misma característica de nobleza de sonido aterciopelado que tiene en Debussy, que lo usa en el 'Preludio a la siesta de un fauno' y cuando sale el sol en 'El Mar'. El Nocturno más hermoso de Chopin está en Re bemol Mayor. Hay algo ahí. El Re bemol Mayor es un acorde de muchísima luz, no de una luz que encandila sino una luz aterciopelada, verdosa".

Mañana, domingo 2 de septiembre, en el Teatro de CorpArtes, a las 17:00 horas, Paolo Bortolameolli dirige a la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil en la obertura "Egmont", de Beethoven, y la Sinfonía 1 de Mahler.

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